Política

La otra Hilda

Esta es la historia de Pedro, un hombre que es padre en dos familias, pues para él la bigamia es normal; decidió poner a dos hijas el mismo nombre para no confundirse cuando las viera… ahora ambas esposas lo confrontan 


El horror de conocer a la persona que está del otro lado del espejo la persiguió desde los catorce años. La angustiaba hasta el límite la existencia de esa otra mujer, llamada igual que ella, hija del mismo padre. Esa gemela imaginaria la persiguió durante mucho tiempo. Una suerte de enemiga secreta a la que había que superar.

Hilda cuenta que desde muy pequeña sufrió los celos. Los pleitos en casa eran frecuentes porque su madre le reclamaba a su papá y él la trataba de loca. Recuerda que una tarde, después de alguna fiesta de cumpleaños, Pedro se echó a dormir una siesta y cuando despertó trajo de su sueño a una tal Verónica, a la que le preguntó qué hora era, antes de llamarla “hija”.

Una vez más, la madre de Hilda enfureció cuestionando quién era esa mujer. Pedro contestó que había tenido una pesadilla y que no conocía a nadie que se llamara así. Los pleitos continuaron por la ausencia intermitente del papá. Cada vez él acusaba a la mamá de inventarse cosas y ella le exigía que dejara de mentir. Un día, después de alguna de esas batallas, Pedro salió de la casa y la mamá decidió seguirlo.

Él se subió a un taxi y ella, como si se tratara de una película de detectives, paró otro y ordenó al conductor que persiguiera al primer carro. Media hora después, Pedro descendió de su transporte, sacó de la bolsa de su pantalón una llave y con ella abrió la puerta de una casa. La madre de Hilda pagó la tarifa y bajó de su respectivo vehículo.

No dudó en aproximarse y tocar el timbre de aquella vivienda. Salió a recibirla una mujer que tendría más o menos su misma edad. La visitante preguntó por el hombre que recién había atravesado aquella puerta. Un tanto sorprendida la mujer interrogó si se trataba de su marido. “¿Pedro es su marido?, cuestionó la madre de Hilda. Ante la afirmativa, decidió contarle que ella también estaba casada con ese señor.

La civilización de las dos mujeres sobrevivió el tiempo como parte central de la leyenda. La anfitriona invitó a pasar a la visitante y ambas se sentaron en la sala de aquel hogar. En pocos minutos desvelaron el misterio que les unía. Para ese momento la mamá de Hilda llevaba casi veinte cinco años casada con Pedro. La otra señora había contraído matrimonio con ese mismo señor dieciséis años atrás.

En la foto, el sujeto al estilo Pedro Infante. especial
En la foto, el sujeto al estilo Pedro Infante. especial

La invitada contó de su hijo mayor y también de Hilda. De su lado, la anfitriona había procreado cuatro hijos con su marido. El primogénito también era un varón, la segunda de sus hijas se llamaba igualmente Hilda, y las dos más chicas, que eran gemelas, llevaban por nombre Verónica y Lourdes.

Ambas estaban sorprendidas por haber vivido en el engaño durante tanto tiempo. También les habrá dejado pasmadas que Pedro hubiese propuesto el nombre de Hilda para entregarlo a la segunda hija de cada familia. Mientras que Hilda, la hija de la anfitriona, había nacido en enero de 1970, Hilda, la hija de la visitante, llegó al mundo ese mismo año, pero en el mes de diciembre. En efecto, tenían casi la misma edad, el mismo nombre y el mismo padre.

A mitad de la conversación Pedro atravesó el pasillo que separaba los espacios de aquella casa. Las madres de las dos Hildas exigieron que las acompañara. “¿Qué está pasando aquí?”, reclamó él muy molesto. “A ver cabrón, tú eres quien nos debes una explicación” intervino contenida la invitada.

Aquel encuentro se resolvió fatal para Pedro. Sus dos mujeres tomaron la decisión de echarle de sus respectivas vidas.

En cuanto tuvo a sus dos hijos frente a ella, la madre de Hilda contó del encuentro con la madre de la otra Hilda. El primogénito no se extrañó con la noticia. Algo intuía él sobre las idas y venidas de su papá. La menor se alarmó, no tanto por las consecuencias que aquellos hechos iban a implicar para su vida, sino porque temió que su madre, a quien creía obsesionada con Pedro, fuese a perder la cabeza después de lo ocurrido. Su madre la tranquilizó. La confirmación de que ella no estaba loca le entregó una paz que había extraviado mucho tiempo atrás.

Hilda afirma que ella heredó de su padre los rasgos físicos, el carácter y, sobre todo, el sentido del humor. La primera esposa lo acusaba de ser un hombre “lioso”. Cuando, años después, Hilda se hizo abogada, la madre utilizó el mismo término para referirse a ella.

Después de aquel episodio ella y su hermano cerraron filas alrededor de su madre quien, sin apoyo de Pedro, les sacó adelante. Hilda cuenta de las muchas carencias en casa, pero presume el temple que tuvo su progenitora para superar a un hombre desobligado.

Quince años después de aquella funesta sorpresa, Hilda decidió encarar a Pedro. Lo fue a buscar al lugar donde trabajaba. Era conserje de un edificio. Lo halló desmejorado. Poco quedaba de aquel hombre guapo, que utilizaba un bigotito al estilo Pedro Infante, cuya galantería lo había metido en tantos problemas.

La conversación fue difícil porque Hilda no buscaba reconciliarse con él. Su único propósito era entender por qué había puesto el mismo nombre a su media hermana. Él conserje respondió que lo hizo así para no confundirse. Hilda afirma que jamás se arrepintió ni pidió perdón. A manera de explicación dijo que él había sido criado bajo el supuesto de que la bigamia era normal.

Poco tiempo después sonó el teléfono de su oficina. Era la otra Hilda quien la llamaba. Entonces regresó la angustia del espejo. No estaba lista para enfrentarse a sí misma, o lo que era lo mismo, a una hermana que imaginaba como su gemela idéntica.

La otra Hilda pidió verla. La abogada pretextó que tenía mucho trabajo, que su agenda estaba llena de compromisos, que la llamaría en otra ocasión, que por favor le dejara sus datos de contacto.

La media hermana insistió varias veces más. En su caso, conocer a Hilda parecía ser algo bueno. Le contó que había visto su foto en el periódico y es que por aquella época la abogada tenía un cargo público que le había puesto bajo el reflector.

Hilda continuó inventando pretextos. Le causaba mareo verse desdoblada sobre otro cuerpo. Si bien estaba consciente de que eran hijas de madres distintas, ese dato no le aportó tranquilidad.

No fue hasta la muerte de Pedro que, durante el velorio, por fin enfrentó al más temido entre sus fantasmas (Continuará…) .


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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Notivox Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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