No es la primera vez que sucede. La última ocasión que el gobierno de Estados Unidos emprendió una guerra comercial provocó un tremendo desastre a nivel planetario. Igual que ahora, todo comenzó con la promesa de un presidente republicano de imponer aranceles para inhibir la importación de bienes que estaban desplazando productos nacionales.
Casi toda la década de los veinte del siglo pasado fue de bonanza para la economía estadunidense, excepto para los productores del campo que perdieron ingresos porque, en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, dejaron de ser competitivos.
En 1928, Herbert Hoover, candidato republicano a la presidencia, prometió proteger a este sector al que, en ese momento, pertenecían dos de cada diez habitantes de su país. Ese mismo año el político obtuvo 58 por ciento del voto popular y su partido ganó la mayoría en el Congreso.
Llegada la hora de cumplir con los compromisos de campaña, el senador Reed Smoot y el representante Willis C. Hawley lideraron una iniciativa de ley para edificar un muro proteccionista, no solo para blindar al sector rural sino también a buena parte de la industria estadunidense.
El martes 17 de junio de 1930 fue aprobada la ley SmootHawley, una de las más controversiales en la historia del país vecino. Esta pieza impuso más de 900 aranceles distintos, que oscilaron entre un veinte y un sesenta por ciento, y afectaron la relación comercial con veinticinco países; más de veinte mil productos importados formaron parte del catálogo considerado por esta pieza legislativa.
En ese momento Canadá era el principal socio comercial de Estados Unidos. Del total de las exportaciones estadunidenses, 30 por ciento se vendía a través de su frontera norte. En revancha, 11 por ciento de las exportaciones canadienses iban a parar a Estados Unidos.
A diferencia de Hoover, el primer ministro canadiense, William L. Mackenzie, era un defensor convencido del libre comercio. Intentó por tanto negociar una baja en las tarifas que no dio resultado. Hoover recibió también una carta firmada por mil economistas muy reputados, convocados por la Universidad de Chicago; en ella se le advirtió de las consecuencias nefastas que podrían suceder si el mandatario no vetaba la ley Smoot-Hawley.
En octubre del año previo, el crash de la bolsa de valores había abierto paso a una crisis económica que arrojó a decenas de miles a la calle. Temían aquellos economistas, con razón, que esa ley tarifaria complicaría aún más la situación.
Sin embargo, Hoover cerró filas con sus aliados republicanos más conservadores y, tal como había sido profetizado, la destrucción de la economía estadunidense se aceleró gravemente.
Casi todos los países afectados por la ley Smoot-Hawley respondieron imponiendo tarifas proporcionales contra los productos provenientes de Estados Unidos. Canadá fue el primero que procedió así y luego le siguieron otras naciones europeas, destacadamente Alemania y Gran Bretaña.
En consecuencia, entre 1929 y 1933 las exportaciones estadunidenses cayeron más de 7 mil millones de dólares. Tal cosa implicó que, durante el primer año de vigencia de la ley, el Producto Interno Bruto de ese país se redujera en 1.7% por causas relacionadas con la guerra arancelaria. Entre 1929 y 1934 la riqueza nacional extraviada por la misma medida alcanzó el 3.4 por ciento del PIB.
Esta circunstancia presionó los precios al alza y destruyó un número grande de empleos. Las consecuencias de la ley SmootHawley impactaron igualmente sobre el resto de la economía global. La guerra comercial emplazada por Estados Unidos contrajo el comercio mundial en más de un 65 por ciento, provocando que la depresión alcanzara a la mayoría de las naciones del planeta.
Fue un desastre completo, el resultado de la locura del proteccionismo como discurso demagógico desprovisto de racionalidad económica.
En 1932 Herbert Hoover perdió las elecciones presidenciales y el voto popular castigó también a los legisladores Smoot y Hawley, quienes después del daño causado se vieron obligados a alejarse de la política.
En contraste, Franklin D. Roosevelt arrasó en las urnas ya que, además del voto demócrata, también sumó a buena parte del electorado republicano que terminó repudiando a Hoover y sus seguidores.
Dos años después, en 1934, Roosevelt sustituyó la ley SmootHawley con otra iniciativa cuya naturaleza fue diametralmente distinta. Esta nueva pieza legislativa autorizó al flamante mandatario a firmar tratados bilaterales en material comercial para disminuir aranceles y profundizar la cooperación entre los países.
Era ya tarde para negociar con Alemania, el país más afectado debido a una crisis económica ciertamente agravada por las medidas impuestas por Hoover. El encumbramiento de Adolfo Hitler tuvo muchas causas, entre ellas fue relevante la guerra comercial emprendida desde Estados Unidos.
La ley Smoot-Hawley es el arma que dio origen a la primera guerra comercial a escala mundial. Las tarifas impuestas por Estados Unidos dañaron a sus habitantes ya que no sirvieron para proteger a los sectores económicos menos favorecidos, en realidad, esas tarifas encarecieron la vida y multiplicaron el desempleo.
Herbert Hoover y Donald Trump comparten identidad republicana, el gusto por los aranceles, el ánimo por las guerras comerciales y el desprecio por las advertencias de los expertos. El actual mandatario de Estados Unidos viene advirtiendo, desde sus días en campaña, que castigará al mundo entero con tarifas exorbitantes. Amenazó a Europa con cobrarle caro el supuesto abuso en los intercambios que ese continente sostiene con su país y lo mismo hizo con China, cuyas exportaciones podrían sufrir un arancel diez por ciento más caro a partir del día de hoy.
Canadá y México, los principales socios de Estados Unidos, han sido citados a la misma pelea. Este sábado podría imponerse un régimen arancelario aún más alto que aquel ordenado por la ley Smoot-Hawley en 1930.
A Trump le tiene sin cuidado que estas medidas relancen la inflación en su país y que por tanto el precio del dinero se eleve de nuevo. Tampoco le preocupa la destrucción de esos sectores económicos que actualmente dependen de la exportación.
Cabe recordar que, en 1930, la integración de la economía estadunidense a los mercados globales era limitada. En esta ocasión, una respuesta arancelaria agresiva de parte de los socios comerciales de Estados Unidos tendría repercusiones mucho más amplias en comparación con las sufridas durante la administración Hoover.