Política

El día que aprendí a no rezar

Una mujer participa en una ceremonia religiosa con motivo de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Rolando Riestra
Una mujer participa en una ceremonia religiosa con motivo de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Rolando Riestra

“¡Qué bien se ve todo por el cristal de las lágrimas!” Tenía poco más de dieciséis cuando memoricé esta frase y el poema entero que la contiene, La Hilandera, del venezolano Andrés Eloy Blanco.

Me la enseñó un sacerdote que venía de Barquisimeto. Pepe me doblaba la edad y se parecía poco a los religiosos que conocí por aquella época. Se han narrado tantas historias como la que voy a relatar a continuación y sin embargo en su día no conté nada.

Recién despertó mi memoria una conversación con la actriz Cassandra Ciangherotti y luego la obra que fui a ver la semana pasada en donde ella tiene el papel principal: Cómo aprendí a manejar.

Durante la charla, Cassandra pronunció una sentencia que me tiene en vilo: la belleza, dijo, es una forma de hacer justicia. ¿Será? No sé si la belleza, pero tengo evidencia de que la escritura funciona bien para ese propósito.

Cómo aprendí a manejar es la primera obra de la dramaturga estadunidense Paula Vogel. Ahí se describe el ambiente de una familia permisiva con el abuso sexual ejercido contra una niña. También el desesperado intento de ella por escapar, no solo de su abusador, sino del entorno que le entregó impunidad.

Es una historia protagonizada por mujeres, un llamado temprano (la obra se estrenó en 1998) para denunciar los modos del patriarcado. A pesar de mi condición masculina no pude evitar la empatía desde mi propia experiencia, no tanto como hombre, sino como víctima de otras atmósferas similares.

Para hablar de Pepe debo antes reconocer la importancia que por aquellos años tenía para mí la religión católica. Ya no me ruboriza decir que yo mismo pensé, alguna vez, en ser sacerdote, más bien misionero.

Explorando esa vocación conocí las profundidades de las montañas de Durango, leí todos los textos disponibles de la Teología de la Liberación y, con alguna frecuencia, visité un par de capillas de oración atendidas por hermanas Carmelitas.

Cuando apareció, Pepe era alguien distinto. Vestía con normalidad, hablaba con simpatía y buen humor, parecía entender mejor que nadie las preguntas que se apilaban sin respuesta, y más importante que todo, no imponía autoridad a partir de la administración de la culpa, como lo hacía el resto de los religiosos con quienes me había relacionado.

Además, recitaba con elocuencia poetas latinoamericanos, como su compatriota, Andrés Eloy Blanco.

La obra de Vogel arroja una oración cuyas palabras en aquella época me eran ajenas: “De niña aprendí que la pedofilia no es el acto de pedalear una bicicleta”. No tengo certeza, pero casi podría jurar que escuché por primera vez la palabra “pedofilia” años después de conocer a Pepe.

Sería injusto reclamar a mis padres por no haber estado pendientes. Para ellos las mejores escuelas eran las religiosas administradas por hombres religiosos. Les habría sido imposible suponer que el ambiente de esas instituciones era proclive a una violencia antagónica con sus valores. En los años ochenta del siglo pasado el celibato era sinónimo de santidad y no de su contrario.

Cosi es el personaje interpretado por Ciangherotti en la obra de Vogel. Una niña camino a la adolescencia que, como cualquier otra, necesita saberse especial. Ella confunde el intercambio propuesto por el esposo de su tía, un adulto que la cargó de recién nacida.

Nada parece más contrahecho que una familia cómplice del abuso sexual contra una niña. Con todo, la inmensa mayoría de las violencias que atropellan el cuerpo de los menores suceden dentro de casa.

Casi tan inverosímil es recordar que, dentro de una capilla custodiada por unas madres dedicadas a la oración, me sucedió uno de los episodios más desconcertantes de mi biografía.

Desde muy temprano escuché hablar del Monte Carmelo, aquel que la tradición católica tiene como la coordenada donde se apareció la Virgen del Carmen, cuyo nombre, por cierto, coincide con el que tuvo mi madre.

Pepe pertenecía a la orden de los Carmelitas, prima hermana de la regla a la que obedecían las monjas que me presentaron a aquel sacerdote.

Debió ser verano, porque recuerdo que llovía fuera de la capilla. Aquel venezolano me citó para que rezáramos. Se sentó cerca y pidió que cerrara los ojos. Habló de Dios y las muchas maneras como él expresa su amor. Usó palabras como ternura, prójimo, iluminación y citó otra vez al poeta: ¡Qué bien se ve todo el mundo por el cristal de las lágrimas!

No hay nada más religioso que la idea del elegido, tampoco nada más peligroso.

Tomé consciencia de lo que estaba sucediendo cuando el mentón rasposo de Pepe comenzó a restregarse contra el mío, que aún era lampiño. Sus labios buscando insistentemente los míos hicieron que me apartara. La confusión fue grande. Pepe aseguró que ese gesto era obra divina.

Salí a toda prisa de aquel santo lugar sin poder razonar aquel “accidente” inesperado.

Pasaron varias cosas después de ese encuentro: sobra decir que la fe y la religión católica se derrumbaron. También que no tuve valor para hablar con nadie. Pepe se apartó impune de aquel beso fallido y continuó con su sacerdocio. Recibí un par de cartas suyas enviadas desde Barquisimeto. Se quedaron sin respuesta.

Mi historia no es más terrible que los muchos testimonios similares vueltos públicos en los años posteriores. No fue por este motivo que la enterré por cuarenta años.

La conversación con Cassandra y su magnífica interpretación de Cosi, en la obra Cómo aprendí a manejar, tocaron los circuitos de una memoria que ahora decidió emerger.

Desde aquella tarde lluviosa no me siento cómodo dentro de una capilla, sobre todo si estoy solo. Aprendí temprano que esos lugares son el escenario perfecto para el horror.


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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Notivox Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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