El bikini, ese tipo de traje de baño al cual varias generaciones masculinas le estamos particularmente agradecidas, debe su existencia a una mortífera bomba.
En la primera mitad del siglo 20, los Estados Unidos que eran ya una extraordinaria potencia bélica, buscaban afanosamente –según ellos– un lugar para tronar un juguetote que traían entre manos: la bomba atómica, un arma tan mortífera como nunca se había visto otra igual en la historia de la humanidad.
Lo que buscaban era un lugar desierto donde pudieran hacer explotar su juguetito sin hacerle daño a alguien, lo cual era muy relativo porque parece que no estaban tomando en cuenta el factor ecológico en el que de cualquier manera la atómica produciría efectos devastadores.
Al fin encontraron en la Polinesia un atolón y dijeron: Aquí le atoramos. Pero, llega la pregunta de inmediato ¿y qué es un atolón? Pues es una isla en forma anular, y antes de que me vaya usted a querer anular la idea, le diré que lo anular es lo relativo o lo que tiene forma de anillo y en los archipiélagos de Malasia y de Polinesia este tipo de formaciones es muy común. O sea que hay muchos atolones.
El atolón que escogieron los estadunidenses era parte del grupo de las Islas Marshall y se llamaba “Bikini” que es un nombre propio de los polinesios. Pues los necios estadunidenses al mando del presidente Harry S. Truman dijeron: ¡Aquí mero!, y ahí se pusieron a jugar a las bombitas y se dieron cuenta que la atómica sí funcionaba y era en potencia más de lo que ellos podían esperar obedeciendo a sus tremendos impulsos destructores.
Como resultado de las explosiones en el Atolón de Bikini, éste (el atolón) saltó a la fama y también coincidió con el momento en que los modistas estaban a punto de lanzar un traje de baño más revelador de los que hasta entonces había y como era una moda muy explosiva decidieron ponerle el nombre del atolón. Así fue como bautizaron al bikini, que en realidad ya en nuestro idioma debe escribirse con Q.
La otra palabra que le quiero comentar es el bisoñé. Usted ya sabe cómo nos ponemos los caballeros cuando empezamos a perder el pelo. Nos ponemos muy nerviosos y a cada rato consultamos el espejo y nos imaginamos lo terrible que va a ser la vida cuando tengamos la cabeza como bola de billar.
Entonces, para cubrir los anhelos de la vanidad masculina, se crearon las pelucas, pero resulta carísimo conseguir una buena peluca que realmente disimule la calvicie y haga pensar al respetable público que el señor sigue tan peludo como siempre.
Pues precisamente por lo caro de las pelucas apareció por ahí una media peluca, un “chuchuluco” cortito, nada más para que no se vea uno tan de plano viejo y con la cabeza calva. Esa media peluca es el llamado bisoñé, nombre que proviene del francés besogneux que quiere decir “necesitado”. ¿Por qué? Pues precisamente porque el que compra un bisoñé es porque no tiene dinero suficiente para invertir en la peluca completa. Está algo necesitado, económicamente.
Frase ambiciosa para terminar: ¿Por qué conformarse con ser luciérnaga, pudiendo ser estrella?... ¿Cómo dijo?