Violencia, odio y maldad agobian a una sociedad con poco tiempo personal, sumado a un clima tormentoso no solo por la inseguridad, sino también por los ambientes familiares y laborales tóxicos que a veces sacan de quicio a muchos. Y si le sumamos los celos, el ambiente puede volverse explosivo.
Las personas celosas pierden el control y aunque toda su vida hayan sido calmadas, amorosas y honorables, todo se olvida cuando las invade ese dañino sentimiento ante el temor de perder a su pareja, porque erróneamente la considera como una propiedad.
Llegar a matar por celos refleja una terrible desconfianza en sí mismos que justifican con el temor al engaño de sus parejas, como el atroz asesinato ocurrido el 4 de julio de 2014 en el municipio de Apodaca.
Las víctimas fueron Brenda Esmeralda Sandoval Velasco, de 25 años, y su hijito de siete, quienes fueron asesinados a puñetazos, puntapiés y con golpes propinados por un madero, para después ser quemados en un baldío ubicado en la avenida Isidoro Sepúlveda, en la colonia Santa Fe Residencial.
Cuando los medios informaron sobre el brutal crimen, la sociedad se horrorizó y los familiares exigieron a las autoridades que se detuviera al asesino.
En las primeras investigaciones resultó como primer sospechoso Víctor Hugo Díaz Fernández, un elemento de la Policía municipal de San Nicolás, quien era la pareja sentimental de Brenda Esmeralda y con la que procreó una niña que en aquel momento tenía un año.
La Policía Ministerial no tuvo duda de que Díaz Fernández fuera el criminal, porque el día que se cometió el doble homicidio no se presentó en la corporación donde prestaba sus servicios como oficial.
Las sospechas crecieron porque los vecinos dijeron que habían escuchado cuando la pareja discutía de manera acalorada y que luego lo vieron salir con su hijita en brazos.
La Policía cateó la casa, ubicada en la calle Chihuahua, en la colonia Floridos Bosques del Nogalar, con la intención de encontrar más evidencias para confirmar que la línea de investigación era certera.
El cerco se cerró y no había duda: el oficial nicolaíta era el homicida. Con los datos proporcionados por familiares y vecinos, los investigadores en poco tiempo lograron la captura del feminicida e infanticida.
Víctor Hugo Díaz, al ser interrogado, se dijo inocente y culpó a un supuesto amante de su pareja. Aseguró que al llegar a su casa los encontró juntos y que la traición le afectó tanto que en vez de encarar la situación, salió de la vivienda y corrió como loco.
Pero como su declaración era incoherente y cada vez caía en más contradicciones, terminó por confesar el doble asesinato.
“Yo la amaba mucho, teníamos cuatro años de vivir juntos. Desde el primer día que la vi me gustó mucho: su sonrisa, su mirada y sobre todo su fragante juventud.
“Como una amiga de ambos me dijo que yo también le había gustado, me entusiasmé más y la pretendí. Salimos algunas veces, fuimos a comer, al cine o a caminar por los jardines cercanos a su casa. La atracción en ambos fue mayor.
“Cuando le pedí que fuera mi novia me confesó que era madre soltera y que tenía un hijo de tres años.
“Ante su confesión me confundí un poco, pero como ya la amaba, le dije que no me importaba que también iba a querer a su hijo y que sería como un padre para él.
“Ese día nos identificamos más, nos abrazamos y nuestra relación tomó más fuerza, era feliz a su lado. Otra cosa que me agradaba de ella es que yo le gustaba más con mi uniforme de policía.
“Pocos meses después rentamos una casita e iniciamos nuestra vida en pareja. Me estrené como papá. Cada día me sentía más dichoso, me llegué a encariñar con su hijo.
“Luego de dos años procreamos a una niña. Los cuatro formamos una hermosa familia, teníamos un niño y una niña, y eso nos hacía felices a los dos.
“Cuando nuestra hijita ya tenía poco más de un año noté dos cosas y me inquieté mucho: que se arreglaba y maquillaba con más esmero, y también un repentino distanciamiento en la intimidad.
“Muchas veces le pregunté qué le sucedía, que la notaba distante, pero me decía que eran figuraciones mías.
“Sin poderlo evitar, en mi mente se anidaron celos enfermizos. La espiaba, checaba su celular, su Face, llegaba de improviso a casa, la observaba, la interrogaba. La acosé tanto, que las riñas y ofensas trastocaron nuestras vidas.
“Después me arrepentía y le pedía perdón, pero por cualquier cosa surgían los reclamos y convertí nuestro hogar en un infierno. Ella me amenazó con irse, que se llevaría a sus hijos.
“Fue entonces cuando creí que tenía un amante. Mi cabeza estaba saturada de dudas, de odio, me sentía burlado y pensé que le haría pagar muy cara su traición...
“Estaba desquiciado y el lunes 30 de junio no me presenté a trabajar y convertido en un demonio discutí con ella, la golpeé con un palo, pero como su hijo comenzó a gritar también les pegué más hasta matarlos.
“Horrorizado cargué a mi hija en brazos y la llevé con un familiar, después regresé a casa y sin que nadie se diera cuenta saqué los cuerpos de Esmeralda y de su hijo, y en un vehículo los conduje hasta un lugar solitario, los rocié de gasolina y les prendí fuego.
“Torpemente creí que con mi coartada nadie podría sospechar de mí... Me equivoqué”.
El 1 de junio de 2016, el ex policía Víctor Hugo Díaz Hernández fue sentenciado a 50 años de prisión acusado de asesinar y quemar a su pareja y al hijo de ella.
Un doble asesinato que confirma, de nuevo, que cuando los celos son enfermizos, casi siempre acaban en tragedia.