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Cortázar regresa

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Rayuela, la gran novela de Cortázar, cumplirá sesenta años. En 1963, una imprenta de Buenos Aires imprimió y encuadernó esa gran aventura de la libertad y la imaginación de las letras latinoamericanas.

He recordado como un flamazo que la vida me puso en suerte revisar, corregir y editar algunos de los libros de Cortázar, así como conocerlo a él y hablar algunas veces y en corto con el Cronopio. Ya he escrito sobre este asunto y reproduzco un fragmento de esa historia:

A principios de los remotos años ochenta, Julio Cortázar había decidido editar sus libros en la editorial Nueva Imagen para cumplir una promesa interior: poner su obra en manos de un editor argentino, Guillermo Schavelzon, en un país que siempre quiso, México. A los veintitrés años, yo hacía mis primeras armas como editor de tiempo completo en esa editorial.

Así, de la noche a la mañana un día tuve en mis manos el original inédito, recién llegado de París o Barcelona, no sé, de Queremos tanto a Glenda, el nuevo libro de cuentos de Cortázar. Era una carpeta roja con ligas para contener unas ciento ochenta cuartillas escritas a máquina y con algunas correcciones de la mano del autor.

No supe qué hacer, si escaparme con ese mazo de páginas para siempre, compartirlo con definitivo aire de superioridad entre los amigos o mirarlo como se mira un tesoro detrás de la vitrina. Si hubiera tenido en el escritorio un sobre impregnado de ántrax me habría sentido más tranquilo. Leí Queremos tanto a Glenda en aquel manuscrito de primerísima mano, lo corregí con angustia y a una velocidad de vértigo, busqué con el diseñador una portada que aludiera a la ambigüedad del libro, le escribí una breve contraportada no poco almibarada y lo entregué a producción. Se publicó en 1980.

El siguiente libro de relatos de Cortázar que leí con los mismos privilegios y mortificaciones, la admiración excesiva siempre agobia, fue Deshoras (1983). Recogí las cuartillas en otra carpeta roja con ligas en la oficina de Schavelzon. Leí los relatos y los mandé a producción a las volandas. Corregí dos juegos de galeras y unas páginas finas. No supe que estaba leyendo el último libro de relatos de Julio Cortázar, la vida es así, no avisa. Después publicamos Los Autonautas de la cosmopista (1983), cuando murió su mujer, Carol Dunlop, y póstumamente Salvo el crepúsculo (mayo,1984), dos libros donde el azar y el juego regían el rumbo de la literatura. Ciertamente todo regresa, nada se va del todo.

Rafael Pérez Gay

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@RPerezGay


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Rafael Pérez Gay
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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