Al momento de escribir esta columna, casi a las 9 de la noche de este miércoles 8 de febrero, la Federación Mexicana de Futbol no había dado a conocer que el argentino Diego Cocca será el nuevo entrenador de la Selección Nacional de cara al Mundial del 2026.
Sin embargo, en prácticamente la totalidad de los sitios de información deportiva se daba por descontado que el actual director técnico de los Tigres (bicampeón con el Atlas hace menos de un año), será anunciado como tal en las próximas horas.
Es una historia ya vivida con anterioridad. Toda información importante que tiene que anunciar la FMF termina “filtrándose” a periodistas y medios que de inmediato, algunos inclusive alardeando “la exclusiva”, la dan a conocer.
Los más cautelosos señalan que Cocca es el elegido, pero falta el aval de su actual club, los Tigres. Otros ponen para cubrirse: “fuentes” aseguran que Cocca ya fue designado.
Esto es lo primero que hay que hacer notar en este nuevo proceso mundialista. Las cosas no se han empezado a hacer diferentes. Las formas siguen siendo las mismas.
¿Cómo a partir de esta contundente evidencia se puede creer en que hay una voluntad de cambio profundo y realmente transformador?
Tan sencillo que resulta comunicar de forma institucional, sobre todo cuando tanta atención se ha generado sobre el tema.
Coincido por lo demás con muchos colegas a los que he escuchado y leído en los últimos días. Da un poco lo mismo si el elegido es Cocca o Ignacio Ambriz o Guillermo Almada o hasta Miguel Herrera. Tienen un mismo registro y blasones y, si me apuran, hasta un mismo tono futbolístico… Un entrenador diferente, sin decir que sería bueno o malo, hubiera sido Marcelo Bielsa. O el propio Hugo Sánchez por todo lo que esta figura representa. Pero hasta donde se sabe ni siquiera fue considerado.
Lo importante, hay que reiterarlo cuantas veces sea oportuno, es la unidad de propietarios y directivos… Luego, por supuesto, el proyecto.
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