Cuando leemos sobre Ciro el Grande de Persia, por lo regular nos olvidamos del magnífico imperio que este construyó y nos distraemos con Darío I, su segundo sucesor. Para enseguida, vagar con nuestra mente hacía la batalla de Gaugamela, donde la genialidad de Alejandro Magno puso de rodillas a toda la dinastía Aqueménida.
Entonces, para muchos de nosotros, el recuerdo de Ciro se queda estancado en la historia escrita por los vencedores. Sin embargo, no todo es olvido, pues en el antiguo testamento y en algunos escritos de los clásicos, como los de Heródoto y Platón, se rescata la vida de nuestro personaje, coincidiendo todos en que el rey persa fue un hombre excepcional, el cual, además de ser el mandamás en el imperio más grande del mundo, era también un defensor de la libertad de los pueblos. Era pues, el libertador de las culturas que conquistaba a su paso, una especie de Daenerys Targaryen antes de deschavetarse.
Ciro, fiel seguidor de Zoroastro, promovía de igual manera la tolerancia religiosa, el respeto a todas las ideologías, pero sobre todas las cosas, defendía y alentaba el pensamiento crítico y el debate, venerando principalmente a los que pensaban diferente a él. Todo esto sucedió mientras él reinó, pero una vez muerto, esa libertad se diluyó paulatinamente al igual que la influencia de los Aqueménides después de la invasión macedonia.
¿Y a qué viene todo esto?, pues resulta querido lector, que después de analizar aquellas historias y observar nuestro presente, con absoluto desasosiego me doy cuenta que estamos en una regresión cíclica. Somos los testigos petrificados viendo a las hordas salvajes arrasar las civilizaciones avanzadas, para después sumergirlas en el más terrible de los oscurantismos. Tal y cómo sucedió con Roma y los vándalos o con el Califato de Bagdad versus las tribus mongolas.
Ahora, nuestra corrompida civilización es invadida por millones de esbirros oscurantistas, disfrazados de activistas en las redes, quienes destruyen uno de los más preciados logros de la cultura humana, que es: la libertad de expresión y el pensamiento crítico. Situación que nos coloca muy lejos de ser tan civilizados y cultos, como lo eran los persas hace dos mil quinientos años. Y si no me cree, vaya usted a la red social de su preferencia, opine diferente a las masas y verá como lo tunden.
Y aunque pudiéramos creer que lo que sucede en las redes no trasciende en el mundo real. Hay que tener en cuenta que la mente social se está transformando poco a poco en una madeja tecnológica y tarde que temprano, lo virtual será más tangible que lo material. Escenario que nos coloca al borde de una catástrofe cultural, donde cualquier horda iracunda censurará y quemará a quien no piense como la multitud piensa, tal y como ya sucedió en el pasado.
Por lo pronto, su jericayero servidor no se petrifica y le da la más cordial bienvenida a quien piense diferente. A debatir que es mole de olla.