Cultura

COVID-19 vs. Alcalde

No hablar del COVID 19 y los temas relacionados sería estar fuera de moda, por lo tanto querido lector, abordaremos el tema para estar “in”, pero lo haremos desde nuestra inmaculada óptica jericayesca. Por lo tanto, en ese afán de dar cuenta de nuestras proezas novo galicianas, nos remitiremos a las postrimerías del siglo XVIII, cuando la peste y las viruelas comenzaron a introducirse por puertos del pacifico como Mazatlán (los puertos del golfo ya eran clientázos de las epidemias), y siendo Guadalajara  la metrópoli, meca en esta parte del continente, pues es claro que las enfermedades no tardaron en llegar a esta noble y leal ciudad. Para ese entonces, las epidemias pegaban con tubo en cada urbe del país, pues ni la sanidad, ni la prevención eran (ni son) nuestro fuerte, mucho menos eso de estar bien alimentados y de tener nuestros anticuerpos listos y prestos para las batallas virulentas. Luego entonces y, ante tales premisas, los estragos no se hicieron esperar, cientos o tal vez miles de muertos dejaron a Guadalajara en un estado desolación, igual que en otros lugares del planeta, nos habíamos convertido, entonces, en ciudadanos de mundo. Pero oh sorpresa, las epidemias no contaban que en Guadalajara había un obispo muy adelantado a sus tiempos, que gustaba de esas cosas “progresistas” de la limpieza, la salud pública y la educación. “El fraile de la calavera”, alter ego del prelado, además de mero mero en la curía, tenía también vara alta con el mismísimo Carlos III, rey de España, por lo cual, le pidió anuencia, le sacó una lana y se avocó a conseguir los terrenos y varito que hacía falta para construir, como los chinos en época del coronavirus (en friega y bien hecho), un hospital para los pobres, pues esa parte de la población que se veía (y se ve) más afectada por las enfermedades. El Hospital “Real de San Miguel de Belén”, primer nombre del Hospital Civil “Fray Antonio Alcalde”, una vez abiertas sus puertas en 1794, fue el nosocomio más grande e importante de toda América Latina, pues tenía capacidad para mil camas, para  la atención de otros mil enfermos ambulatorios, y áreas específicas para las enfermedades epidémicas (cómo el leprosario). Además de todo eso, el obispo Alcalde gestionó u ordenó (depende quien lo lea) la construcción de albergues para los familiares de los enfermos que venían de otros sitios. Por supuesto, las viruelas y otras tantas afecciones siguieron afectando periódicamente a la perla tapatía y ocasionando muchas muertes. Sin embargo, el hospital civil cumplía con su tarea de atenuar la mortandad y aliviar el sufrimiento de “la humanidad doliente”, sobre todo a la más pobre, e incluso, de enseñar a los futuros médicos de la ciudad. Hoy por hoy, a más de doscientos años de distancia y ante la llegada de esta “nueva pandemia”, el Hospital Civil vuelve ponerse al frente de la barrera de escudos a contener la embestida del COVID 19, pues justo para estas batallas lo armó el Fraile de la Calavera.


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Oscar Riveroll
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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