“Vale muchísimo más la vida que la detención de un presunto delincuente”, dijo el Presidente. Y tiene razón. La vida vale más que eso… y que todo —que la democracia y la educación, la agencia social y la igualdad, la prosperidad y la justicia— porque es a un tiempo la condición sine qua non para que cualquier cosa exista —no hay Estado de derecho en Marte: sería menester que hubiera ahí vida (y, aun, inteligencia y organización social) para que alguien lo necesitara y lo produjera— y beneficiario último. Su declaración es, sí, una verdad pero acaso una de Perogrullo.
Perogrullada a destiempo, además. Incluso con mejor fraseo —“Vale más garantizar la seguridad de la población que cortar una de las cabezas de una red criminal que está en condiciones de sobrevivir y actuar sin ella”—, el principio habría debido ser aplicado antes de contemplar siquiera la captura de Ovidio Guzmán, verse acompañado de un trabajo de inteligencia que no se hizo (o se hizo mal) y, a partir del diagnóstico de la organización como una hoy vigorosa y perniciosa —lo que a estas alturas ha quedado claro—, redundar en una posposición del operativo. Con un saldo de 8 muertos, 16 heridos, 49 reos fugados y la población de Culiacán sitiada y aterrada, la idea, aun si correctísima, llega tarde.
El Presidente tiene razón en lo que dice y se equivocó en lo que hizo. Hay que decirlo y discutirlo. Pero hacerlo en términos de debate público y rendición de cuentas, no con coups de théâtre como esa denuncia presentada por el PAN que pretende separar de sus cargos a López Obrador y a Alfonso Durazo para investigarlos. Ante una situación como la que vivimos hoy, no puede haber peor estrategia que dejar el Ejecutivo y la política de seguridad sin cabeza, lo que redundaría en una crisis de gobernabilidad que nadie en su sano juicio quiere. Igualmente pasmoso es que la popularidad del Presidente haya aumentado tres puntos tras un error grave que, aun si de manera implícita, ha admitido.
No es momento de militancias sino de apuntalar el Estado mexicano. Y eso pasa por cuestionar, con espíritu republicano y constructivo, a quienes detentan el poder.