La verdadera democracia no deberían ser grupos de poder que monopolizan la administración pública, por el contrario debería ser un sistema capaz de formar e impulsar liderazgos cuya lealtad no sea a un partido político o a un grupo de personas, sino a los intereses de la población en general.
La verdadera democracia no debería promover la división o los discursos de odio, sino más bien el diálogo, la conciliación y la concertación entre las personas independientemente de su condición social, económica, física o ideología religiosa o política.
La verdadera democracia se trata de escuchar, ver y atender las necesidades de los que menos voz tienen, se trata de poner en el centro a las personas, de garantizar servicios de salud dignos y eficaces, educación de vanguardia, trabajo decente, condiciones para hacer crecer las empresas, oportunidades para emprender, vivienda digna, lograr hacer comunidad, luchar por construir y tener personas y familias felices.
Pero sobre todo, la democracia, la verdadera democracia, la democracia que necesitamos, la democracia que queremos, es aquella en donde la honestidad y los valores sea el común denominador tanto de funcionarios públicos como de ciudadanos.
La que logra comunidades en paz y la confianza necesaria entre ciudadanos y gobierno para tener país no solo funcional sino aspiracional, en donde podamos formar hombres y mujeres de bien que entiendan la importancia de la familia, de la comunidad, de la verdad, de los valores. Que entiendan que uno trasciende no por lo que acumula sino por lo que deja con sus acciones y ejemplo a los que lo rodean, que entiendan el verdadero liderazgo, ese que sabe formar a los que vienen y cuándo es momento de ceder el mando.
La democracia que queremos sin duda no va a resolver todos los problemas, pero con certeza nos guiará por esa ruta.
