El atentado contra Donald Trump el domingo pasado no fue más que el preámbulo. En menos de veinticuatro horas habría de ser ungido como candidato republicano a la presidencia de la nación más poderosa de la tierra. Claro, no fue una cuestión que pueda minimizarse el hecho de que el disparo fue directo y, sin especulaciones, pudo acabar con la vida del aspirante presidencial más controvertido en muchas décadas para llegar a la Casa Blanca. Las teorías de una conspiración distinta a la perturbada mente de un joven que anidó, quizá por la forma en que era tratado por sus compañeros en la práctica de tiro que le señalaban y quizá burlaban por su falta de puntería, o tal vez por razones personales que tardarán en aclararse aunque, por donde se le vea, no tiene los matices clásicos de un intento de asesinato a mansalva por razones políticas, ideológicas y menos de esa especie de terrorismo doméstico que sí se ha dado en tiroteos mortales en diversos sitios de la Unión Americana, como igual resulta un tanto absurdo pensar en el autoatentado.
Sin embargo, es bastante factible que en cierta medida Trump fue una víctima de algunas de sus principales posturas, discursos de odio de corte racial o de su manifiesto apoyo a la poderosa -y siempre contributiva a sus campañas- Asociación Nacional del Rifle, misma que ha sido beneficiada por las políticas de su partido que han exacerbado la permisividad de que los ciudadanos comunes cuenten con armas de todos los calibres y que, incluso como sucede ya en distintos estados, puedan portarlas públicamente. Del joven no se sabe mucho más que lo que genera una vida que consideraríamos prácticamente normal, que aprovechó la compra de un arma de asalto adquirida legalmente por su padre, para demostrarse y mostrar al mundo de lo que era capaz de hacer. Y vaya que estuvo a milímetros de conseguirlo. Abatido casi de inmediato por elementos de seguridad que llaman allá Servicio Secreto, lo más probable es que nunca sabremos mayor cosa de sus motivos.
Ahora lo importante es que, en efecto, Trump alcanzó a llegar todavía con mayor fuerza de la que ya poseía para hacerse de la candidatura republicana. De manera irónica, hasta los juicios en su contra -muchos aún por resolverse- ni las diatribas de su principal contrincante, el presidente Joe Biden, ni el ya histórico disparo, pudieron impedir saliera más que fortalecido. Esto ya está escrito, la Convención de estos días en Milwaukee es ya lo de menos, y quizá será más complicado para Biden sortear todavía algunos avatares hasta que lleve al actual presidente a esa condición de su propia competencia en Chicago durante agosto próximo. Trump, en su caso, ya eligió su prospecto de vicepresidente, un senador y escritor de 39 años, James David Vance, católico y veterano de la guerra de Irak, quien ha defendido las posiciones más radicales, por ejemplo, en cuanto a la necesidad de acabar con el narcotráfico, un tema que será explosivo gane quien gane en la sucesión norteamericana. Biden, en su caso, irá de nuevo con Kamala Harris, sin duda su mejor carta.
Todo ello compete a los estadounidenses, pero, a la vez, debe abrir un panorama a los mexicanos sobre qué pasaría si gana uno u otro. Durante este gobierno obradorista, tuvo el mandatario mexicano que lidiar con ambos personajes que estarán de nuevo en juego. En el primer trienio, con todo y que López Obrador se mostró un tanto complaciente con Trump, al extremo de no reconocer el triunfo de Biden cuando todos los jefes de estado ya lo habían hecho, igual había sufrido ya el terrible revés de la mano del republicano cuando amenazó a México con aranceles si no frenaba con todas sus fuerzas la enorme corriente de migrantes ilegales que avanzaba y entraba al vecino país. Y AMLO hizo lo propio, a su estilo, pero logró al menos un freno ensayando para ello a la reciente Guardia Nacional. Y calmó la furia de Trump.
Ahora las cosas pudieran representar un gran reto para la presidenta electa Sheinbaum. De conseguir otra vez la presidencia, Trump no cejaría en su empeño de cerrar cada vez más las fronteras, amagar con los tratados comerciales, expulsar -dijo que quizá un millón- de mexicanos indocumentados, reducir las posibilidades de alcanzar la ciudadanía de los “dreamers”, pasar por encima de soberanía y lo que sea necesario para combatir a los narcotraficantes mexicanos, y vaya usted a saber que más. Ni pensar la chamba que le esperaría al nominado a la cartera de Relaciones Exteriores, Juan Manuel de la Fuente, a Marcelo Ebrard o a la propia Sheinbaum.
Nunca como ahora es más válido el dicho de antaño: cuando le da gripe a Estados Unidos, cuidado con una pulmonía que afecte a todos los mexicanos.