Política

AMLO: ¿Hacia un nuevo “Maximato”?

Prometemos no incurrir en otro aburrido relato histórico como el que hace el presidente en sus mañaneras para “rellenar” sus tiempos de algo que dice es "bueno para los jóvenes”, pero viene al caso que hace ya cerca de un siglo, tras el asesinato de Alvaro Obregón, el poder que en cierto modo él compartía con Plutarco Elías Calles, quedó prácticamente en manos de este último, al grado tal que en el lapso de seis años, de 1928 a 1934, México tuvo tres presidentes, todos a satisfacción de las ambiciones de Plutarco. A éste le llamaban “líder MAXIMO de la Revolución”, de donde se origina la época que conocemos como “Maximato”. Quien en su momento fue también el fundador de lo que llamaríamos PRI, en efecto tuvo en Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y finalmente Abelardo Rodríguez, sus tres mandatarios que ciertamente tuvieron algunas virtudes aunque, la verdad, navegaron con el mote de “títeres” y aguantaron que su gran jefe les pusiera hasta sus gabinetes de gobierno completos. De ellos, sólo don Pascual, tuvo la dignidad, se podría decir, de renunciar al cargo, cosa que nunca volvió a hacer presidente alguno.

Hecha esta rápida referencia, el asunto es que Andrés Manuel López Obrador en su actuación nos recuerda tanto al refrán de que si algo camina, nada y grazna como pato (bueno en este caso quizá sería mejor decir ganso), es que es pato. La verdad a nadie nos sorprende ya el hecho de que nuestro mandatario esté dirigiendo de manera tan abierta su propia campaña política paralela, y de manera muy específica, la de la doctora Sheinbaum para convertirla en su sucesora. Cierto que es alta la probabilidad que esto suceda, pero de ahí a que públicamente y sin mencionarla por su nombre, se le dé por triunfadora y continuadora de su “transformación”, sólo hace pensar que la maquinaria del Estado no sólo acelera sino que avanza a paso de locomotora. AMLO simplemente dejó ya en harapos el vestido de la imparcialidad al que obliga la ley a él y a cualquier otro funcionario público, mientras el INE queda en entredicho en cuanto a su capacidad y voluntad de frenar la descarada cargada gubernamental en favor de su partido y su candidata.

Los candidatos de cualquier organismo político naturalmente suelen ser generosos cuando se refieren a su partido y hacen algunos comentarios benévolos hacia el mandatario en funciones hasta cuando intentan alguna crítica a la situación presente. Algunos han llegado más lejos, por excepción lo fue Luis Donaldo Colosio al expresar que el México que veía era de agravios y de sed de justicia. Sus palabras retumbaron en el gobierno de Carlos Salinas y de ahí las especulaciones acerca de su muerte. Sin embargo, un candidato tiene en el camino de la crítica y de la autocrítica, un recurso de motivación fundamental hacia la población, la que invariablemente espera “algo más, algo mejor” del gobierno siguiente, aunque se trate de igual partido. Manejar esto fue sin duda clave para que la continuidad fuera más natural y esperanzadora para los votantes en el pasado.

Empero, este no es el caso de López Obrador ni de la señora Sheinbaum. La candidata no posee para nada cualidades retóricas y, lo peor del caso, tampoco advierte la integración de acciones novedosas en sus planes de gobierno. Se dedica hasta el tedio en repetir, acciones, frases y posturas de su líder máximo y no se permite advertir en ella que algún día sea capaz de brillar con luz propia. Sabe que el poder la protege y que se ha encargado a otros ir limpiando todas las asperezas para que llegue a la votación en condiciones favorables en todos sentidos. Y todo ello viene de la misma persona que la puso o impuso ahí. El resto de los dirigentes partidistas y de los demás satélites, añadidos o arrimados organismos, no parecen tampoco tener mentes talentosas que orienten hacia una campaña que no sea la de, - sacrosanta frase mil veces replicada-, “construir el segundo piso de la transformación”. Así, sencillo, sin mayores preámbulos, a seguir por la línea trazada ya, sin cambios de comas, ni nada.

Estamos llegando al punto en que podemos pensar con seguridad en que AMLO, en el terreno político, no se irá ni a Palenque ni a ningún lado. Es conocido el fin de su administración, pero evidentemente no será el fin de su gobierno ni de su mando. Hay que entender las cosas como son, como el que camina y nada como pato, así de sencillo. No habrá tal retiro, no habrá ninguna otra ridícula transmisión del bastón de mando, simplemente el país, en caso de que todo le salga bien a quien despacha en el Palacio Nacional, no avanzará hacia una real consolidación sin la influencia poderosa del fundador y cabeza de su movimiento. Sheinbaum sin duda tiene sus virtudes, como aconteció con los tres presidentes del Maximato, pero ojalá sea capaz de darnos la sorpresa, si el voto le favorece (palabras que ya ni por mínimo respeto al ciudadano se pronuncian actualmente), de hacer lo propio. La vigencia de un triunfo opositor no es descartable. Y entonces quizá surjan otros líderes de mayor valía, precisamente como le pasó a Calles cuando tomó el poder nada menos que Lázaro Cárdenas, expulsando del país al mismo Plutarco. Y así terminó el Maximato.


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Miguel Zárate Hernández
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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