Toda persona se enfrenta en algún momento de su juventud a una decisión que alineará la mayoría de las vivencias que vendrán después.
En mi caso cuando me preguntó mi papá qué quería estudiar, yo le dije que yo quería ser servidor público, pero no sabía que tenía que estudiar para eso. Él me dijo que podía ser abogado, ciencias políticas o algo por el estilo. Así que con el objetivo de prepararme para la vida pública y al orientarme más a la acción que a la teoría decidí estudiar derecho, y con el apoyo de mis padres busqué irme a Saltillo para aprender más de la vida política de mi estado.
Recuerdo claramente que un 19 de septiembre de 1991 mi mamá me llevó con mi maleta a la central de autobuses de Torreón, y así empezó este camino.
En las aulas de la Facultad de Jurisprudencia, aprendí que las leyes y reglamentos sólo sirven si transforman la realidad de los ciudadanos. Pero los mayores aprendizajes comenzaron hacia el final de la carrera cuando fui invitado por Rogelio Montemayor a participar en su campaña para gobernador. Al asumir él su cargo me nombró secretario de agenda y un año después fui ascendido a secretario particular adjunto.
He sido muy afortunado en aprender y servir desde casi todos los ángulos del gobierno local: como Director de Desarrollo Social conocí una a una las colonias de Torreón, como Diputado Local me tocó llevar a leyes y reglamentos esas necesidades que bien había conocido. Como Secretario del Ayuntamiento debía ser ese vínculo entre el cabildo, el gobierno local, y otras instancias gubernamentales y ciudadanas. Y por último como regidor he tenido la oportunidad de impulsar y aprobar las decisiones que Torreón requería para volver a estar de pie.
Uno no deja nunca de aprender y cada experiencia nos ayuda a estar mejor preparados para el siguiente reto. He acumulado aprendizajes y canas, pero veinticinco años después sigue intacta la ilusión de dignificar la vida pública sirviendo.
