Curiosamente, en pleno verano, en medio de películas de acción, cine animado para toda la familia, remakes de Disney y franquicias de superhéroes, encontré en cartelera una cinta rumana. Su nacionalidad es motivo de sorpresa ya que Rumania es la patria del cine opuesto al escapismo que se produce en gran parte de las industrias cinematográficas de Occidente, ya no digamos durante la temporada vacacional, sino la mayor parte del año. La sinopsis de Limonada, ópera prima de Ioana Uricaru, nos lo confirma.
Mara (Malina Manovici) es una madre soltera rumana que trabaja en Estados Unidos como enfermera y acaba de casarse con Daniel, un estadunidense. Después de la llegada de su hijo Dragos, todo parece encajar perfectamente. Sin embargo, cuando el proceso de obtener su residencia permanente se desvía inesperadamente, Mara enfrentará abusos de poder en todos los niveles y se verá obligada a responder una oscura pregunta sobre sí misma: ¿Hasta dónde llegaría para obtener lo que desea?
Para quien esté al día con las noticias, la llegada de Limonada a cartelera en esta época del año no es ninguna discrepancia. Podrá estar fuera de sintonía con el cine que se estrena a esta altura del calendario (por otra parte, los distribuidores tienen un término para esto de estrenar películas que no vienen al caso con las tendencias de cartelera: counterprogramming), pero su correspondencia con los eventos del mundo real no puede ser más directa. Migración, violación de derechos, abuso de poder, discriminación.
Si bien Uricaru sitúa su historia en la mera coyuntura sociopolítica, la sensibilidad con que narra el estado de las cosas se aleja del tremendismo de los noticieros y videos virales que, hasta hoy, son los que regularmente nos cuentan de las crisis humanitarias relacionadas con la migración. Las vejaciones que sufrirá Mara no serán pocas, ni tampoco sutiles. Una y otra vez su condición de mujer migrante la hará propensa a algún tipo de explotación. La diferencia radical entre las imágenes de injusticia que recibimos de la ficción promedio y las que Ioana Uricaru plantea es que el eje de cada secuencia de Limonada es la integridad humana. No la vulnerabilidad, no la violencia, no el odio.
El rasgo más interesante de esta ópera prima es quizá el punto donde la directora decide comenzar a contar el viaje de Mara y el punto donde decide dejar de contarlo, aunque el viaje continúe. Tomando sólo un fragmento de la inmensidad de dificultades que vive un expatriado, Limonada transmite un distintivo mensaje de supervivencia. A los elogios que ha recibido hay que sumar uno importantísimo: aunque no es el caso de una directora reclutada por Hollywood para hacer cine americano, esta cinta, técnicamente, es un crossover. Se trata de una directora extranjera, filmando en territorio americano, en un idioma que no es el suyo, en una cultura que le es ajena. Y el resultado es sobresaliente. Pocos, muy pocos cineastas, ni siquiera los prestigiados, logran dominar este cambio de aires culturales.
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