Aportar una mirada cinematográfica nueva al tema de las guerras mundiales es tarea difícil. De ahí que los dos directores nominados este año al Oscar por películas de corte bélico figuren con obras con un enfoque inusual. 1917, de Sam Mendes, hace una inmersión en la guerra mediante la simulación de un planosecuencia de alto rigor técnico. Y en el lado opuesto del espectro del cine bélico tenemos a Taika Waititi, el director neozelandés que imprime su marca de humor irreverente al nazismo. En JoJo Rabbit, nuestro testigo de guerra se llama Johannes (Roman Griffin Davis), un solitario niño alemán que pertenece a las juventudes hitlerianas; un campamento obligatorio en el que desde niños se les inculcaba la ideología nazi a los alemanes. Para rematar el fervor nacionalista de JoJo, su amigo imaginario es el mismísimo Adolf Hitler (interpretado en tono bufonesco por Waititi). Cuando JoJo descubre que su madre (Scarlett Johansson) tiene escondida en casa a una chica judía para protegerla del exterminio, sus creencias entrarán en conflicto. El pequeño nazi sentirá el deber de denunciar a la chica judía ante el gobierno, a la vez que la necesidad de guardar el secreto para salvar a su propia familia. La comedia de Taika Waititi (vista en Flight of the Conchords, What we do in the shadows y Thor: Ragnarok) no es para todo mundo. A quienes sí nos gusta, le reconocemos que, justo antes de pasarse de simplona, adquiere un toque especial. Aquí funciona mejor, aplicada en protagonistas infantiles en vez de adultos. El ingenio que Waititi se ahorra en los chistes lo repone con creces al adaptar la cruel novela original en que se basa Jojo a una sátira antiodio que claramente plantea su mensaje en una historia tierna, conmovedora, que prepara desde el inicio (sin darnos cuenta) entre niñerías y mofas, su desgarradora lección final. Con todo y que Waititi es un tipazo que cae increíble a cuadro, su Hitler imaginario aporta poco. De hecho, las escenas importantes de JoJo Rabbit no lo incluyen a él. Pudo ser perfecta y quedó en momentos grandiosos entre otros no tan consistentes.
Mujercitas
La sexta versión fílmica de Mujercitas, de Louisa May Alcott, llega en manos de Greta Gerwig, quien después de Lady Bird, con esta segunda entrega, demuestra ser una directora consolidada, además de la abanderada circunstancial de las mujeres en Hollywood, al ser la única cineasta reconocida esta temporada en las entregas de premios. La vida de las hermanas March y su madre, en plena guerra civil norteamericana, se narra en subtramas que lidian con aspiraciones, romance y adversidades. Como todo clásico, la novela de Alcott es blanco de actualizaciones aptas para nuestra época de buenas conciencias. Su ventaja es que, siendo ésta una historia sobre la condición de la mujer en una época previa a la liberación femenina, el guión de Gerwig hace que las costumbres del pasado y las preocupaciones del presente dialoguen sin hacer que su película se sienta obligada a cumplir con una agenda feminista. Aunada a la fresca labor de adaptación, el sello de esta versión de Mujercitas también está en su reparto, en el que Saoirse Ronan y Florence Pugh llevan delantera. Con un sentido de urgencia y vitalidad que no hay en las producciones de época, Mujercitas hace de un clásico de la literatura un potencial nuevo clásico del cine.
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