En la literatura, como es habitual en todas las artes, es fundamental la relación (recordemos que el rechazo también implica de si una forma de relacionarse con el pasado) que mantienen los escritores de nuestro tiempo con aquellos (o las obras, más bien) que consideramos “clásicos”, es decir, aquellos autores cuyas obras se han separado del transcurso del tiempo y parecen flotar intemporalmente inalterables en sus merecidas e imaginarias repisas. La actualización de una obra literaria —no porque ésta la exija, sino como mero ejercicio creativo— a la realidad del lenguaje en nuestros días, es una labor que se ha hecho ya con anterioridad y a la que debemos magníficos resultados. Basta con googlear lo que recientemente ha hecho Augusto Sonrics con los Himnos a la noche de Novalis para constatarlo. Ahora, lo que traigo aquí es una traducción/actualización/re-creación del primer poema que Shakespeare publicó en toda su vida: el soneto 145. Originalmente escrito en tetrámetros yámbicos, esta es mi versión, mi experimento de trasladar el primer poema del joven William al idioma de nuestros días. No respeté sino el fondo, lo esencial, “el mensaje” dirían nuestros maestros de la primaria, del poema original. Aclaro por si acaso, y paso a preguntar: ¿podrá ser el lenguaje la barrera que separa, por miedo, al lector de los clásicos de toda la literatura? ¿podemos, como creadores de nuestro tiempo, hacer algo al respecto?
Soneto 145
sus labios dijeron
“odio”
y yo moría de amor
sin embargo
cuando ella me miró
pude ver tras de sus ojos
un corazón piadoso
así
suavizando su lengua suave
mostrándole a su lengua suave
un lenguaje distinto
y amoroso
agregó palabras al final de su “odio”
añadió “la noche”
que como un demonio
desciende colgada de sí misma hasta el infierno...
“odio”
dijo
“pero no te odio a ti”
y salvó mi vida