Ciencia y Salud

La persistencia de la memoria

  • La ciencia por gusto
  • La persistencia de la memoria
  • Martín Bonfil Olivera

Uno de los misterios más fascinantes de las neurociencias es la memoria. ¿Cómo se almacenan los recuerdos, cómo se recuperan cuando los necesitamos?

Una hipótesis obvia es que la memoria es algo como el disco duro de una computadora, donde los datos se almacenan mediante algún tipo de proceso físico o químico.

En los años 80, cuando estudiaba yo en la universidad, mi profesora de bioquímica nos mencionó experimentos en que, usando planarias —un tipo de gusano plano—, se había descubierto que los ácidos ribonucleicos o ARN —centrales en el proceso de fabricación de las proteínas— podían transmitir recuerdos. Se entrenaba a las planarias a nadar para resolver un laberinto, se les extraía el ARN, se le inyectaba a planarias no entrenadas, y éstas lograban resolver el laberinto más rápido que sus congéneres sin inyección.

Ya desde entonces la idea sonaba simplista: pensar que los recuerdos son simples moléculas era de un reduccionismo extremo. Pero, como los ARN participan en la fabricación de proteínas, también podría ser que ayudaran a crear algunas que almacenaran los recuerdos en forma física.

En las décadas que han pasado, la hipótesis más aceptada es distinta: se piensa que los recuerdos —la memoria de largo plazo— no están almacenados directamente en alguna estructura (neuronas, moléculas), sino que más bien se hallan codificados en la intrincada red de conexiones entre neuronas, y la diferente intensidad de las mismas.

Aun así, hay quien sigue sosteniendo la idea de que debe haber un sustrato físico, un correlato material para la memoria. Al mismo tiempo, se ha ido descubriendo que los ARNs participan en muchas más funciones de lo que se pensaba, como regular la expresión de los genes.

Hace unos días apareció la noticia de que un equipo de investigadores de la Universidad de California, encabezado por David L. Glanzman, logró transmitir el aprendizaje entre babosas marinas del género Aplysia por medio, nuevamente, de inyecciones de ARN.

Estas babosas, muy usadas en estudios de neurociencia, poseen un órgano llamado sifón, que pueden extender o retraer. Si se las toca, lo retraen en un reflejo de protección. Glanzman y su equipo las entrenaron, mediante pequeños toques eléctricos, a retraer su sifón por más tiempo de lo normal.

Luego extrajeron su ARN y lo inyectaron en otras babosas que no habían sido entrenadas, y hallaron que éstas reproducían el comportamiento aprendido.

¿Transmisión de recuerdos vía ARN? No es muy probable. Aunque los investigadores exploraron posibles mecanismos por los que el ARN podría comunicar el comportamiento aprendido —incluyendo la metilación del ADN, un mecanismo de regulación genética—, otros expertos piensan que los resultados del laboratorio de Glanzman han sido muy exagerados.

En realidad, lo que se observa es simplemente que la inyección de ARN propicia que un reflejo natural se prolongue. Pero de ahí a concluir que los recuerdos están almacenados en estas moléculas, y que pueden transmitirse mediante inyecciones, hay mucho trecho. Y mucho más para afirmar, como se ha hecho de manera desmedida en algunos medios, que esta investigación pueda ayudar algún día a recuperar recuerdos perdidos, como ocurre en el alzhéimer, o a borrar los que causan malestar, como en el estrés postraumático.

[email protected]

Dirección General de Divulgación o de la Ciencia, UNAM

Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.