Una de las pintorescas costumbres de esta época es la de elaborar una lista de propósitos para el Año Nuevo. Somos tan asiduos a los ciclos que el hecho de tener por delante 365 nuevas oportunidades en el calendario sirve como pretexto para asumir ciertos compromisos.
El que se cumplan o no, ya es materia secundaria. Varía en función del convencimiento y el nivel de determinación que cada individuo mantenga.
En ese sentido, llama la atención la lista “minimalista” por llamarle de alguna manera de los propósitos para 2023 del presidente López Obrador: salud y felicidad.
Así lo mencionó escuetamente durante su última rueda de prensa de 2022, antes de sacarse la foto del recuerdo con los reporteros de la fuente. Podría suponerse que es tan corta quizá por falta de tiempo para ahondar más.
Sin embargo, al iniciar la noche de San Silvestre, la última del año, el presidente difundió a través de sus redes sociales un mensaje alusivo en el cual la lista se mantuvo sin cambios: salud y felicidad.
Luego ocupó el resto del tiempo para una más de sus conocidas alocuciones donde como es costumbre no faltó el grandioso pasado prehispánico, antes de la invasión colonizadora, y los próceres como Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Cárdenas como fuente de su optimismo por el devenir de la cosa pública para este año.
Quiero pensar que si habla de salud para los mexicanos, ahora sí los hospitales se parezcan a los de Dinamarca, y si habla de felicidad, pues ahora sí gobernará con tino, se acabará la corrupción, la impunidad, reanudará el combate al crimen organizado, abatirá la inflación, creará empleo y acabará con el clientelismo en los programas sociales.
Aunque pensándolo bien, es mejor que no se haya esmerado en su lista de propósitos, no vaya a ser que agregue más renglones a su lista de despropósitos como el aeropuerto, la refinería o el tren maya.
