La semana anterior comenté en este espacio, acerca de la corrupción: “no es unidireccional, se requieren -al menos- dos: corrupto y corruptor”. Agradezco el interés y los comentarios recibidos, así como los aportes al respecto.
Ahora compartiré brevemente algunas vivencias que espero sirvan para ilustrar claramente la conveniencia social de combatir esta perniciosa costumbre todavía tan arraigada en el imaginario colectivo y que a la vez demuestran que en el ejercicio del servicio público no siempre es el funcionario quien solicita dádivas.
1) Habiendo recibido un golpe mi vehículo estacionado, y dándose a la fuga el responsable, me vi en la necesidad de llevar a reparar el automóvil. Esa tarde, al salir de la oficina en Morelia me dirigí a un taller de laminado de mediano tamaño cercano a la oficina y solicité una cotización.
El hojalatero revisó el daño, hizo unos cálculos mentales y sin pensarlo mucho me dio una cifra absurdamente baja, y al notar mi extrañeza, agregó: “por ser para usted”. Acto seguido se justificó diciendo que llevaba tiempo queriendo obtener becas para sus hijos, pero aunque su familia había sido encuestada un par de veces, ninguna de ellas había “salido en las listas”.
“¿Qué le parece si nos ayudamos mutuamente?”, propuso, mientras señalaba el “águila mocha” bordada en mi camisa, justo al lado del nombre del programa federal de apoyos sociales para el cual en ese entonces yo trabajaba.
No quedó muy convencido cuando le expliqué que la única manera de integrarse al padrón era a través del cuestionario socioeconómico y que lo más probable, si ya se lo habían aplicado y no resultó elegible, era porque su hogar se encontraba fuera de la línea de pobreza.
2) En otra ocasión, debí cotizar la limpieza y nivelación de un terreno familiar en Guanajuato, para lo cual el contratista me pidió lo esperara en el sitio de la obra para hacer algunas mediciones del volumen.
La experiencia fue similar a la narrada anteriormente e igual de incómoda, pues en lugar de obtener un presupuesto, el proveedor, notando en mi vehículo la insignia de la dependencia ejecutora de obra pública para la cual trabajaba, dijo sin rubor: “el trabajo se lo hago en medio día y gratis. Solo le pido que me ‘conecte’ con alguien que me contrate maquinaria o ‘al menos’ algunos volteos para el acarreo de tierra”.
En aquel tiempo, la Secretaría donde trabajaba ejecutaba en Guanajuato presupuestos anuales de más de 2 mil 500 millones de pesos del llamado “Programa de Infraestructura más grande de la Historia” y la contratación se realizaba mediante procesos de licitación claros y transparentes. Aunque aún hubiera quien prefiriera que el único requisito fuera tener un buen ‘conecte’.
Periodista de investigación. Ex servidor público de carrera