Hace algunos días en el titular de La Jornada se leía “Las candidaturas independientes, feria del absurdo”. Hacía referencia al hecho de que 86 ciudadanos habían indicado al Instituto Nacional Electoral su intención de registrarse como candidatos independientes a la Presidencia de la República. De los interesados, un gran número es de personas completamente desconocidas. Aún otorgándoles el beneficio de la duda, como debiera ser, y considerar que todos y cada uno de ellos fueran individuos exitosos y probos en su ámbito, prácticamente nada en la biografía de la inmensa mayoría de ellos auguraría un buen desempeño profesional ya no digamos en la política, en la administración pública siquiera —con frecuencia mucho más compleja que la política.
Dejando de lado las candidaturas independientes de los consabidos políticos profesionales carentes ahora de partido político que les arrope, la de Marichuy Patricio en virtud de los grupos que le apoyan o la de Pedro Ferriz de Con por su trayectoria, no puede uno dejar de preguntarse qué busca en realidad la gran mayoría de los finalmente 48 ciudadanos cuyo registro fue aprobado por el INE. De muchos de ellos no hay ni siquiera algo de información pública que permita cuando menos entender el porqué de su aspiración.
Así como la sabiduría convencional dice que la guerra es demasiado seria para dejarla únicamente en manos de los generales, es claro que la política no tendría por qué ser monopolio exclusivo de los políticos, entendidos estos como ciudadanos que han hecho una carrera pública al amparo de los partidos. Pero los cargos de elección popular son, por definición, cargos políticos, por lo que aspirar a representar a un grupo de personas al tiempo que se aborrece o se rechaza la actividad política es un sinsentido que solo lleva a la frustración.
Por el momento, dejemos de lado las consideraciones prácticas, tanto de organización como de recursos siempre escasos —tiempo, talento y tesoro— para esos 48 atrevidos o soñadores, ilusos o narcisistas ciudadanos que dicen aspirar a ser el comandante de las Fuerzas Armadas, el representante del Estado mexicano y todo lo que ello significa. ¿Qué busca quien en su fuero interno sabe la imposibilidad práctica de obtener 867 mil firmas válidas, y antes del 12 de febrero, con las cuales participar en la contienda? Cierto es que obtener el respaldo de uno por ciento del padrón electoral tan solo para estar en la boleta es una valla demasiado alta para que realmente se pemita la participación “ciudadana”, salvo en tres o tal vez cuatro o cinco casos. Pero siendo esa la regla, ¿es tan grande el ego o la posibilidad de un negocio o la ingenuidad que cree que todo es cuestión de voluntad para que los problemas se superen?