Hay un fantasma que comienza a recorrer de nuevo el mundo, sobre todo en lugares en los que, a decir verdad, en los últimos tiempos se le creía en retirado. Nadie le daba nunca del todo por muerto, pero cada vez parecía levitar menos hasta el punto de volverse irrelevante. O cuando menos eso se deseaba. Ahora es evidente que solo estaba agazapado, pues se le ve por varios lados blandiendo alegremente una guadaña.
El fantasma del rechazo a los otros, a los diferentes, a los que no piensan ni rezan ni se ven ni se visten como nosotros, aparece cada vez más en aquellos lugares que, paradójicamente, impulsaron en buena medida las fuerzas de la globalización, esas que nos acercaron... a esos otros. Así, atemorizados por recibir en la isla a más personas de rasgos y lenguas diferentes, los adultos mayores decidieron que el futuro de Gran Bretaña —o de lo que quede de ella— no estará en Europa, contra el deseo expreso de quienes sí habrán de vivirlo. De igual forma, el propio Trump declaró en su campaña que, de no votar por él, "Estados Unidos no volvería a tener un presidente blanco y cristiano... un presidente que en diciembre ya no podría decir 'Feliz Navidad', para usar solo el eufemismo de 'Felices Fiestas'".
En efecto, detrás de buena parte de las promesas de campaña de Trump y de sus primeras acciones de gobierno lo que yace es una nostalgia por aquel Estados Unidos de los años 50: victorioso indiscutible tras la Segunda Guerra Mundial; creador de ese sueño americano en el que había un refrigerador y una televisión en cada casa, aunque estuvieran aún ausentes los derechos civiles y los derechos de las mujeres; un país de blancos protestantes con exclusión de las personas de color, y ni qué decir de los mexicanos. No deja de ser curioso que ese mundo supuestamente idílico de familias felizmente reunidas, escenas navideñas, el inicio de viajes familiares en automóvil o heladerías repletas de niños se recuerde a la luz de las pinturas de Norman Rockwell, quien fuera sin embargo un promotor de la multiculturalidad y la integración.
Central en las políticas trumpistas es la creencia de que el reloj puede regresar a donde estuvo alguna vez. Y eso, en términos de la composición de Estados Unidos, significa una política racial cuya dimensión y potencial atrocidad no se han visto desde el fin del nazismo. Efectista al invitar a su discurso ante el Congreso a los familiares de quien falleció a causa de inmigrantes ilegales, hubiera tenido de sobra para invitar a familiares de víctimas de crímenes de odio, de excesos policiacos, de la incomprensible disponibilidad de armas de gran poder, en fin. No lo hizo, y también los silencios anuncian los tiempos por venir.