La época que vivimos no es muy proclive para que se desarrolle con facilidad el arte de la negociación, esa habilidad que reside en lograr que partes con intereses contrarios lleguen a un acuerdo que beneficie a todas, y no solo a una de ellas o a algunas cuantas. La polarización social, la dictadura con frecuencia iletrada de las redes sociales, la pretensión de conocer de todo dada la abundancia de información, aunque no de conocimiento, todo ello dificulta cuando no imposibilita la negociación. Quienes deben negociar dentro de una caja de cristal tienen que cuidar cada gesto, cada palabra, de forma tal que el mensaje sea claro para todos quienes le deben ver y oír.
Por ello, no es gratuito que durante una reciente conferencia en Washington, el secretario de Comercio estadunidense, Wilbur Ross, haya escogido el término “devastador” para ilustrar lo que en su opinión sería el efecto para México en caso de una ruptura del TLC. Seguramente obtuvo lo que buscaba: aparecer como “duro” ante una parte de su audiencia local, en particular su jefe, y “amenazante” ante su contraparte mexicana, sabiendo que el adjetivo generaría miles de líneas ágatas por acá, pues no podría pasar desapercibido. ¿Pero realmente sería “devastador” para México que Estados Unidos dejara el tratado? A corto plazo es claro que no sería deseable, ¿pero “devastador”? (Según la RAE: devastador significa “destruir un territorio, arrasando sus edificios y asolando sus campos”).
Se ha repetido hasta el cansancio por qué no habría efecto “devastador” de salirse los estadunidenses del tratado: pasaríamos a regir los intercambios bajo los parámetros de la Organización Mundial de Comercio, con la mayor parte de las exportaciones mexicanas bajo un arancel de 3.5 por ciento si bien algunos productos enfrentarían “picos arancelarios” mucho mayores; se encarecerían nuestras importaciones resultado de la previsible devaluación del peso (aunque incierta en cuanto a su magnitud y duración), lo que a su vez presionaría a la inflación y debilitaría la actividad económica. Las tasas de interés se elevarían y habría en un inicio cierta incertidumbre en la inversión, la que retomaría su ritmo asentada la polvareda (salvo por el enorme pendiente de la reforma fiscal en EU). ¿Devastador?
Curiosamente, la depreciación del peso bien podría resultar en un mayor déficit comercial estadunidense vis-a-vis nosotros. A su vez, afectar la enorme interdependencia intrafirma de las cadenas productivas en la industria manufacturera afectaría el empleo en Estados Unidos, debilitando con ello su competitividad y por ende su margen para hacer frente al resto de bloques económicos del mundo. ¿“Devastador”? Devastador es tener un presidente populista allá, como lo sería tener otro igual acá.