Mauricio empezó. Qué son simples diez millones de pesos: él exigió comprar vacunas para San Pedro. Aunque no hubiera (vacunas, claro). Cómo podía un alcalde de San Pedro ser tan, pero tan inepto que no se hubiera adelantado a la compra de algo tan importante. Cómo podía el gobierno del municipio de la IP carecer de ese sentido de urgencia tan cacareado y tan propio de la vida empresarial.
En realidad Mauricio ya había empezado desde antes. Tomó por sorpresa a Treviño, quien ya se veía reelecto desde que fue elegido: quién le iba a hacer sombra dentro del PAN, si el PAN entero estuvo con él hace tres años. Si él había sido el verdadero candidato panista, desde antes de que se diera cuenta Rebeca Clouthier. Si era obvio que el mismo Mauricio había aceptado tal situación. Si el mundo de la empresa lo había apoyado con todo. Si en San Pedro los otros partidos ni pintan.
Pero ¡zas!, un buen día Mauricio estaba de vuelta. Justo cuando todo mundo lo veía dedicado a sus múltiples rescates, a sus fósiles, a sus animales en peligro de extinción, a la remodelación de su palacio en España, a la reencarnación de La Milarca en el corazón del Rufino Tamayo, reapareció en la política. Miguel Treviño fue de los primeros en saberlo.
Aunque era obvio que no existirían vacunas disponibles y aunque Treviño activó sus redes para evidenciarlo, Mauricio no se bajó del ring: quién sabe qué municipio del país ya tenía hasta refrigeradores... no podía un alcalde de San Pedro ser tan irresponsable.
Luego vino el tema de la seguridad. Fiel a su estilo, Mauricio declaró que el municipio pendía de un hilo, en medio de cárteles y amenazas.
Entonces Miguel Treviño se ajustó a eso de que la mejor defensa es el ataque: vendrán días aciagos para San Pedro, dijo, orquestados políticamente por ciertos grupos rudos. O sea, estamos en una real guerra política, acusó el alcalde que no dejará de ser alcalde mientras hace campaña, dizque por un covid de razones.
Así se mueve la otrora joya de la corona: demagogia. Y eso que aún no empiezan las campañas.