Se ve venir por fin un debate alrededor de la reapertura de escuelas. Pero la SEP, aferrada al cada vez más lejano semáforo en verde, no da signos de despertar. Mientras casi todas las actividades buscan estar de regreso, la escuela permanece sin resortes.
Al menos ese es el mensaje. La educación no se plantea como algo esencial. Salvo la pugna de las instituciones privadas, no hay el menor jaloneo para empezar ya, para preparar ya, para evaluar ya...
No queda más que repetir lo ya dicho. Insistir en que, como nos enseñaron en la escuela, no tiene que ser todo o nada. No se trata de volver ya a lo de antes en las primarias y secundarias del país, sino de reabrirlas justo en la medida de lo necesario para mitigar los grandes riesgos educativos, que también existen y tienen consecuencias.
Hay que insistir en que se trata, por ejemplo, de averiguar quiénes son los niños que ya abandonaron la educación y de intentar traerlos de nuevo; quiénes no han podido seguir los programas, para empezar a ponerlos al día antes de que las lagunas en el aprendizaje se vuelvan océanos; o quiénes no tienen padres o abuelos que puedan continuar haciéndola de maestros porque ya están trabajando, porque no terminaron la secundaria, porque no saben cómo ayudar o porque no logran que los niños les hagan caso.
Hay que insistir en lo que no se sabe: cuántos niños y niñas menores de 15 años están en proceso de abandono. No hay forma de evaluarlos.
Hay que insistir en lo que ya se sabe: el cierre de escuelas propicia la deserción y la ampliación de las brechas sociales. Los expertos en todo el mundo, encabezados por la Unesco, lo han afirmado hasta el cansancio. Entre más largo es el cierre, mayor es el índice de abandono escolar: un año entero pone en riesgo a toda una generación.
Hay que insistir en que la SEP cumplirá un año de haber bajado la guardia. Se contentó con entregar a los papás la responsabilidad y poner después a su disposición algunos apoyos, como la tele en agosto. En ningún momento ha dado la pelea, como en tantos países, por las niñas y los niños que, era evidente, no contarían con la ayuda necesaria.
Hay que insistir en que por lo menos algunos alumnos, los más débiles educativamente, deberían estar ya en la escuela: la mitad de los días, la mitad de los docentes, con los filtros y las medidas que ya se han anunciado... No se necesita la luz verde para identificar a los más rezagados, convocando poco a todos para ubicar su situación respecto al final del año escolar pasado.
Hay que insistir en que los niños, si bien no están en la escuela, no han permanecido encerrados y libres del riesgo de contagio. Andan por todos lados, en los lugares que sí están abiertos.
Hay que insistir que los maestros mayores o vulnerables no deben volver al aula. Pero los demás no corren más riesgos que un trabajador normal de una fábrica, un camión o un restaurante.
Hay que insistir en que la tarea para nuestros educadores será titánica. Y por más que algunos de ellos hayan trabajado dos o tres veces más que el año anterior, lo que les espera no va a ser más fácil. Se trata de levantar las escuelas de la ruina. La intencionalidad educativa nunca debió estar en riesgo de contagio.