Miguel Riquelme es el único de los gobernadores priistas que no se arrodilló ante el avasallador poder del Gobierno Federal en este sexenio.
Recordemos la debilidad de carácter de sus camaradas tricolores. Quirino Ordaz Coppel, ex gobernador priista de Sinaloa, es el embajador en España. Claudia Pavlovich, ex gobernadora priista de Sonora, es la Cónsul de México en Barcelona.
Carlos Aysa, ex gobernador priista de Campeche, es el embajador de República Dominicana. Y Carlos Joaquín González, ex gobernador priista de Quintana Roo, es el Embajador en Canadá.
Los ex gobernadores priistas de Hidalgo, Omar Fayad, y de Oaxaca, Alejandro Murat, esperan su nombramiento mientras se comen las uñas, sentados a la orilla de la banca.
Cada embajada o consulado concedidos por esos seis ex gobernadores a AMLO tuvo un precio alto: entregaron 12 millones de votantes; otorgaron los recursos presupuestales de sus estados a la 4T, agudizaron la crisis del PRI nacional y precipitaron la permanencia de Morena otros seis años -al menos-.
¿Qué tuvo Miguel en su carácter como político, ausente en cada uno de esos ex gobernadores, para defender a su estado y no abandonar a su partido? Lealtad radical a sí mismo, a su partido y a Coahuila.
Y valentía política para no dejarse apabullar por el miedo al Gran Tlatoani en un país presidencialista. Por eso, lo tuvo a raya.
¿Acaso Riquelme no estuvo también, como esos ex gobernadores priistas, sujeto al poder discrecional y autoritario del presidente de la República? Sin duda.
El castigo fue evidente: recortes presupuestales por una cantidad de 19 mil millones de pesos hasta 2024. Pero no se dobló.
Nota: El autor es Director General del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución