La gran mayoría de los estados nacionales en el continente americano surgieron como repúblicas entre 1776 y 1838, periodo en el cual se fueron independizando de las monarquías europeas y se constituyeron como países autónomos identificados por sus lenguas, etnias y territorios geográficos. Las naciones poscoloniales construyeron sus identidades alrededor de ideologías criollas que incorporaron en menor medida a sus pobladores originarios.
Cada uno de los nuevos estados como México, Colombia, Brasil, Estados Unidos, Canadá, pasaron periodos en los que sus fronteras cambiaron por las disputas con sus vecinos y la resistencia a ser reconquistados por potencias extranjeras. Hasta el siglo XX podemos considerar que se estabilizó la geografía regional, pero en la escala general de la historia, está muy claro que aún se trata de naciones muy jóvenes. Las instituciones que componen a sus poderes siguen modificándose cada vez que cambian sus gobiernos. Desde una óptica toponómica, sus mapas han pasado de ser simples representaciones de sus características geográficas, hasta convertirse en maneras de construcción de su realidad. La integridad territorial, representada por la figura específica de cada territorio, se adopta como su “logotipo” y aparece en múltiples medios de comunicación como una manera tipológica de concebir al territorio. Desde la mirada humana, los países no se perciben nunca en su totalidad y cuando recorremos las distancias que separan una región de otra, nuestra percepción es muy distinta de lo que observamos en los mapas.

Tangente
En su libro Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, el politólogo e historiador sino-irlandés Benedict Anderson afirma que más allá de la aldea, todas las demás nociones de identidad, nacionalistas, históricas y religiosas, son imaginarias, creadas por los intereses políticos.