He vivido el tiempo suficiente para poder sumar la enorme cantidad de personas, con las que he tratado a través de mi existencia.A muchas de ellas las he tenido cerca durante algunos instantes, a otras por años y a otras más por periodos más largos y al final de mis días, no sé, quienes habrán de permanecer cerca de mí.
En mi vida, ha habido personas que han sido como ángeles custodios y han sabido estar cerca cuando ello ha sido necesario y luego me han dejado volar y se han ido de mi lado para que crezca.No quisiera irme de este mundo, sin expresarle mi gratitud a Tere Murra Talamás. Ella ha jugado un papel importantísimo en mi existencia.
Apareció yo no sé cómo y tampoco sé cuando… simplemente se hizo presente… así como es ella, discreta y prudentemente.
Me acompañó en mi vida por un lapso mayor a los diez años. Huelga decir, que durante ese periodo yo atravesé por uno de “esos versos que recordar no quiero” (Antonio Machado).
Y una vez que hube cruzado ese bache, Tere supo lanzarme al mar -y ahí va la gaviota a veces volando y surcando el cielo y otras más sencillamente con las patas bien puestas en la tierra, como tomándose un respiro antes de volver a pescar.Hoy día, Tere y yo nos encontramos con frecuencia en el templo, yo sola… un tanto solitaria al tiempo que gregaria y siempre bien dispuesta a abrir las puertas de mi casa, para quien quiera llegar.
Con Tere yo comparto un sinfín de intereses en común y de mi parte para con ella una enorme gratitud.Hoy día la veo llena de nietos y siempre atenta a las demandas que le pide la vida.Y yo no solamente con cinco, sino con muchas canas más, me encuentro en un periodo de liberación. He perdido la seguridad del empleo fijo y estable, para ir de un lado para otro buscando clientes ahora aquí y ahora allá.
Hoy día no sumo, sino un puñado de amigos y un enorme deseo de llegar al final de mis días y decir:Que he amado, gozado y reído intensamente. Me he sentido profundamente acompañada y muy querida.
No obstante, en ocasiones también me he sentido , sola y desesperanzada y he sentido la fatiga y no tanto la del cuerpo como la del alma.
Y sí, cada domingo me encuentro con Tere en el templo, cruzamos nuestras miradas y en un choque de manos, nos decimos:
“La paz sea contigo”.