Habrá que esperar las encuestas para saber quién ganó el debate del domingo. Serán los cambios en la intención de voto (si es que existen) quienes darán el único veredicto que importa. Mientras tanto, solo queda especular.
Mi impresión es que la ganadora fue Claudia Sheinbaum (y no porque me pareció la mejor). Quizá estoy siendo un tanto injusto. Acepto que estoy midiendo el desempeño de Xóchitl Gálvez con una vara mucho más alta que a los demás. El problema es que esa es la vara que tenía que superar para acortar el enorme déficit en las preferencias de voto que le atribuyen todas las encuestas y así aspirar a ganar la Presidencia. Dicho de otra manera, Xóchitl perdió por no haber arrasado en el debate y, como corolario, Sheinbaum ganó.
Cuando se lanzó por la candidatura a la Presidencia por el frente opositor, contra rivales mejor conocidos y financiados, Xóchitl logró cautivar a buena parte de la población con su frescura y carisma. Pareció que vino de la nada para ganar. El “fenómeno Xóchitl” fue real y merecido.
Sin embargo, una vez obtenida la candidatura del frente opositor, con el paso del tiempo, algunos de sus admiradores iniciales comenzaron a criticarla por su falta de seriedad. Su espontaneidad pasó de ser una fortaleza a un lastre para estos críticos. Su campaña respondió reempaquetándola para transmitir mayor seriedad, para que se viera más “presidenciable”.
En el debate, Xóchitl ocupó un terreno indefinido: ni transmitió plena institucionalidad ni tampoco mostró abiertamente su innegable carisma. Parecía confundida, como si no supiera qué papel asumir. Siento que esto le restó impacto. Era evidente que su verdadera personalidad, ocurrente e irreverente, estaba contenida.
Su indefinición se manifestó también en su estrategia. Pudo haber elegido el ataque total, irse a la yugular para desacreditar a su adversaria; material tenía de sobra (dos de los temas del debate eran salud y corrupción). También pudo haber elegido el optimismo, reconocer lo bueno de la administración actual (que existe) y hablar de un futuro de unidad, dejando atrás la enorme polarización que existe. Al final, aunque atacó, no lo hizo con mucha convicción ni eficacia. No optó por una postura incendiaria ni por una conciliadora, se quedó en el limbo.
El tiempo corre y no me queda claro si Xóchitl podrá recuperarse. El primer debate es el que marca la pauta para los demás, por lo que un excelente desempeño era crucial. Me preocupa que los partidos que la apoyan sientan que sus posibilidades de triunfo sean escasas y que, por tanto, opten por utilizar los limitados recursos que tienen a su disposición en sus candidatos estatales y municipales a expensas de su candidata presidencial.
Xóchitl y su equipo seguramente corregirán su estrategia. Y si algo nos enseña la historia es que las elecciones son impredecibles y que no se puede descartar ninguna sorpresa. Pero después del primer debate se va más distante esta posibilidad.