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Luz y sombras del Tren Maya

Reconozco que soy de los pocos columnistas que tiene cosas buenas que decir del Tren Maya. La mayoría de las opiniones que he leído la consideran una obra faraónica cuya inversión no se recuperará jamás. No es que esté en desacuerdo con muchas de las críticas, solo que pienso que la idea no es mala.

De entrada, considero positivo que un gobierno por fin le esté poniendo la atención que se merece a una región que por décadas ha estado marginada del desarrollo económico del país. Con más de mil 500 kilómetros de vías férreas, el Tren Maya contribuirá a mejorar la conectividad de cinco estados del sureste (Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo) y, de la mano, detonará el turismo y el comercio. Trasladarse entre las 34 estaciones que contempla el proyecto será más fácil, barato y ecológico que transportarse por carretera. 

Soy consciente del daño al medio ambiente que causó la construcción del tren. Miles de hectáreas fueron deforestadas. Se habla de una seria afectación al suelo kárstico y a la diversidad biológica. Pese a que coincido con quienes sostienen que la obra tuvo una falta de planeación ambiental (entre otras) y que, por lo mismo, se afectó más de lo necesario al medio ambiente, difiero de las posiciones más extremistas que argumentan que la naturaleza siempre debe estar por encima del desarrollo económico y social y que el Tren Maya jamás debió de construirse. 

Lo que sí me parece desproporcional es el costo económico del proyecto. Con un desembolso total de más de 500 mil millones de pesos, se vislumbra casi imposible recuperar la inversión. Habrá quien argumente que lo económico es solo una parte del beneficio y que la región recibirá un bono social gracias al tren. Estoy de acuerdo, pero el cuestionamiento sigue siendo válido: ¿justifican los beneficios sociales el enorme costo del proyecto? ¿Esta fue la manera más eficiente de destinar los recursos? Lo dudo. 

Un problema relacionado que tengo es la hipocresía del Presidente. Cuando canceló el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (un proyecto que hacía todo el sentido del mundo) aludió a su alto costo y a que había rebasado significativamente su presupuesto original. Resulta que el Tren Maya superó en más de cuatro veces su presupuesto original (120 mil millones de pesos) y que el NAIM habría costado (aún después de los ajustes presupuestarios) dos terceras partes. 

Por último, y aunque parezca superficial, me preocupa la estética. Un tren cuya misión principal es promover el turismo en el sureste del país debe ser bonito. A reserva de conocerlo, me aventuro a dar una opinión preliminar, puesto que el gobierno de la 4T no se caracteriza por su buen gusto (ver el AIFA). De hecho, lo ven con desprecio. Como si el buen gusto fuera de dominio de los fifís y, por tanto, debe despreciarse. 

El Tren Maya no me parece mala idea pero, como suele suceder en esta administración, el problema es la ejecución.


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Julio Serrano Espinosa
  • Julio Serrano Espinosa
  • [email protected]
  • Presidente del Centro de Estudios Espinosa Yglesias
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