Si los jóvenes de hoy quieren entender lo que ocurrió hace un cuarto de siglo, deben ver el documental 1994, de Diego Enrique Osorno (director) y Laura Woldenberg (productora ejecutiva), que ambos realizaron, con Vice, para Netflix: hay pequeños errores y omisiones (ausencia de fechas en algunos acontecimientos, falta de identificación de personajes a cuadro), pero es una pieza memorable que atrapa y estremece; 25 años después, sacude todas las emociones de quienes, ya adultos, vivimos aquellos tiempos canallas.
1994 fue un año políticamente horrible, trágico para el país, y diría que hasta traumatizante para muchos mexicanos que vivieron meses de miedo e incertidumbre.
Eso sí, periodísticamente, fue un tiempo excepcional. Yo era director de un semanario chilango, Macrópolis, y el año nos sacudió desde el principio: el 1 de enero, en Chiapas, se levantó en armas el EZLN. Sí, una guerrilla en México, como en la Centroamérica de los 70 y 80.
Primero, ¿quiénes eran los inconformes y, sobre todo, su cautivador líder, el subcomandante Marcos, a quien entrevistamos? Segundo, había que exigir que cesara la violencia, porque el gobierno ya disparaba desde aviones y helicópteros. Hubo decenas de muertos en cuatro municipios. Luego fuimos a ver qué había ocasionado el levantamiento: tuvimos reportajes que exhibieron la miseria y la opresión de los indígenas.
Nadie miraba las campañas de Luis Donaldo Colosio, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas. Manuel Camacho Solís, secretario de Estado que quería ser Presidente y había enfurecido porque Carlos Salinas de Gortari no lo escogió como su sucesor, fue nombrado comisionado para la Paz. Tuvo gran protagonismo mediático. Él era el show, no la campaña electoral. Pacificaba al país, alardeaba. Y decía, en corto, que si quería, y todavía podía ser candidato. Cimbraba la política.
Me quieren chingar y quitar la candidatura, enojaba Colosio. Hasta el 6 de marzo despegó su campaña, con un gran discurso que parecía de un opositor. Reformar el poder para democratizarlo y acabar con cualquier vestigio de autoritarismo, en un México con hambre y sed de justicia. Parecía un rompimiento.
22 de marzo, Camacho salía ante los medios a decir que, entre la Presidencia y la paz, escogía la paz. “Quiero ser presidente... pero no a cualquier costo.” Desafortunada frase en martes santo. ¿Qué significaba eso? Al día siguiente, pasó lo que pasó: asesinaron a Colosio. Las balas del odio, el rencor y la cobardía lo mataron, dijo su viuda, Diana Laura, que poco después moría de cáncer, dejando huérfanos a dos pequeños. “¡¿Quién fue, quién fue?!”, vociferaban a Salinas en el PRI, frente al ataúd de Colosio.
Complot. Acción concertada, dijo un fiscal, Miguel Montes. El 2 de junio se echó para atrás. Asesino solitario. Y renunció. La gente, aterrada. Ernesto Zedillo, el candidato sustituto, apelaba al miedo. Ganó. Y con la torpeza que le caracterizaba, en diciembre de 1994 y enero de 1995 quitó los alfileres de los que pendía la endeble economía dejada por Salinas. Millones de mexicanos perdieron sus patrimonios por la ineficiencia de Zedillo: la pobreza se disparó, padecimos la peor crisis de la historia reciente.
En fin, si crees que 2019 fue tremendo, estos días de ocio date una vuelta por 1994...
[email protected]
@jpbecerraacosta