Ahora que este servidor rebasa el medio siglo de peregrinar por el mundo terrenal, he llegado a pensar con seriedad en la hipótesis de que a partir de los 40 años, más o menos, cuando se supone que ya pasamos por un proceso de madurez, el cuerpo del ser humano entra en una suerte de proceso de autodestrucción. A esta edad la naturaleza piensa que ya cumplimos nuestra misión principal, la reproducción de la especie, y dispone todo para dar paso a enfermedades y deterioros que nos lleven a la siguiente etapa: petatearnos, estirar la pata, colgar los tenis, chupar faros o como se le quiera llamar al acto de morirse. Pero tengo la impresión de que la naturaleza se equivoca o no está muy actualizada. En estos días la madurez llega cada vez más tarde. Conozco a más de un chavorruco con humos de adolescente.
Lo que me inquieta esta víspera del Día de los Muertos es la forma inesperada e inoportuna en que la muerte nos sorprende la mayoría de las veces. Todos quisiéramos trascender al más allá mientras dormimos con placidez en nuestra cama. Si a mi me dieran a escoger entre sacarme la lotería y morir dormido, elegiría lo segundo. Aunque sé de casos en que les han sucedido ambas cosas. Se sacan la lotería y, acto seguido, de la impresión, les da un patatús.
Entonces ¿por qué no tomar control de la situación? Solo viviremos la muerte una vez y hay que hacerlo con decoro. Evitemos que nuestra muerte sea un fracaso, una carga para nuestros deudos o que resulte en un desastre por una mala planeación.
A pesar de no tener experiencia con la muerte, dado que hasta el día de hoy no me he muerto ni una vez, aventuraré algunos consejos prácticos para tener una buena muerte.
Haga su testamento lo antes posible. Recuerde que hasta las familias más unidas y amorosas acaban jalándose de los pelos a la hora de una disputa de bienes.
En la medida de lo posible, no se muera en fin de semana. Es más difícil la logística y la familia se ve en muchos problemas para conseguir servicios fúnebres.
También evite morir cuando esté de viaje. Trasladar personas en estado de rigor mortis encarece las cosas, entre otras cosas porque hay que pedir una serie de permisos a las autoridades forenses. Dicho en términos llanos, el transporte de pasajeros es mucho más barato cuando éstos están vivos.
Procure dejar su funeral arreglado. Es un tema escabroso al que no nos queremos enfrentar, pero es de gran beneficio para sus allegados. Los gastos funerarios suelen ser onerosos y, lo peor de todo, es que usted ya no estará para solventarlos. Si lo hace con tiempo podrá elegir una capilla velatoria a su gusto, un ataúd confortable y ventilado, un coro afinado al cual le podrá indicar el repertorio de su agrado, decidirá el tipo de piquete que le pondrán al café: uno económico para los gorrones y un buen whisky para el público VIP. Podrá hacer la lista de invitados y tendrá la oportunidad de dejar fuera a los parientes o amigos que le caen gordos, evitando así darles el gusto de que lo vean en calidad de fiambre.
Si es usted famoso, no se muera el mismo día que otro más famoso. Se echará a perder toda la parafernalia y los medios de comunicación no le harán caso. Eso ya lo vivió -¿se vale el verbo?- la actriz Farrah Fawcett, quien tuvo la ocurrencia de fallecer el mismo día que el mismísimo Michael Jackson.
Si estando en el velorio usted es de los afortunados que vuelven a la vida, por un milagro de la naturaleza o como resultado de eficaces plegarias de sus deudos, procure ser prudente y no levantarse como un espanto en la casa del terror. Tome en cuenta que todos en la tertulia lo hacen más tieso que un bolillo de la semana pasada y se llevarían un susto mayúsculo si usted se incorpora sin decir agua va. Podría causar más de un infarto con consecuencias impredecibles y no queremos más difuntos por el momento.
Hágalo discretamente y, de preferencia, cuando ya se haya ido la mayoría de los visitantes. Si quiere gastarle una broma macabra a su suegra, éste es el momento.
Para terminar estas reflexiones, si usted puede, pórtese un poco mal en vida y no trate de aparentar ser perfecto. Hay dos principales razones para ello. La primera y más contundente es que muerto ya no podrá hacerlo. La segunda es que, automáticamente, la muerte nos convierte en seres intachables, excelsos, ejemplares, y seremos recordados con veneración. Así que, si de cualquier manera pasaremos a la historia como santos, seamos un poco demonios y démosle un poco de vuelo a la hilacha. En vida, hermano, en vida.
@jmportillo