Cultura

El clóset del tiempo

  • La vida inútil
  • El clóset del tiempo
  • Juan Miguel Portillo

En el clóset pueden cohabitar varias generaciones sin reproches ni desencuentros. Lo mismo podemos encontrar unos pantalones de terlenka de los setentas que un saco de los ochentas con unas hombreras equiparables a las de los Cowboys de Dallas, o un pantalón entubado de la década de los noventas. Un mundo rosa y feliz.

Es una especie de túnel del tiempo que no conduce a ningún lado, solo nos pone cara a cara con nuestra edad, comparable a una bicicleta de gimnasio que no te mueve de donde estás pero sí te deja sin aliento y te revela que tus rodillas están más crujientes que unos Fritos.

En mi clóset tengo ropa tan vieja que no recuerdo siquiera dónde la adquirí o en qué años me la puse. Casi podría decir que esas prendas ya estaban ahí cuando llegué a vivir a mi casa hace ya muchos años. Posiblemente venían huyendo de algún otro hogar donde eran víctimas de maltrato y se metieron al mío para resguardarse. No quisiera imaginar lo que sufrieron esos pobres pantalones talla 28 al ser cruelmente forzados por su anterior dueño, un individuo barrigón y mantecoso, a entrar en sus carnes. O, mejor dicho, a que sus carnes entraran en ellos. Suena horrible pero es real.

Y es que con los años el clóset empieza a parecerse a un hospital geriátrico en donde los internos son prendas que otrora gozaron sus épocas de glamour pero que el deterioro físico y el olvido al que nosotros las tenemos confinadas las tiene sumergidas en una melancolía dramática. Algunas hasta buscan salidas radicales a su estado depresivo. Hace unos días encontré una camisa de florecitas y palmeritas de los ochentas, tipo Miami Vice, que no he vuelto siquiera voltear a ver, y la sorprendí con una corbata de seda misteriosamente enroscada al cuello. Yo creo que esta camisa, desesperada, le pidió muerte asistida a la corbata para colgarse de un clavo en la pared. Lo bueno es que me percaté a tiempo y evité ese sacrificio inútil. La tomé con cuidado y mejor la corté en cachitos para rellenar un cojín. Por lo menos su sacrificio fue útil y vivirá cerca de mi corazón. O de mi trasero en este caso. Siempre que me siente en ese cojín recordaré a la camisa de palmeritas tipo Miami Vice.

En mi closet encontré también una caja con cartas de varias épocas de mi vida. En esta era del internet, me imagino que muchos se preguntarán qué demonios es una carta. Las únicas cartas que conocen son las de la baraja y las de los restaurantes. Yo me refiero a esos mensajes escritos a mano en papel y que intercambiábamos las personas para decirnos cosas cuando vivíamos en distintas ciudades o que le enviábamos a la novia cuando queríamos romper con ella sin dar la cara. Algo que en la actualidad seguimos haciendo pero con un Whatsapp. Podríamos decir que las cartas eran una suerte de proto-emails. Y para que tengan una idea más cercana de cómo era una carta, basta con que abran la app que hay en su celular o en su computadora para enviar emails y vean el ícono de recibir los correos electrónicos. Ese dibujito es el ideograma que representa una carta. Como ésas que acabo de encontrar en mi clóset en una caja de cartón que alguna vez contuvo 12 cassettes Memorex nuevos de 60 minutos y que después utilicé para la correspondencia. En esta era de audio digital, supongo que muchos de ustedes quisieran saber qué es un cassette, pero ya es demasiado divagar. El caso es que encontré una caja con cartas viejas. Las cartas antiguas son como los vampiros: se desintegran con la luz. Así les pasó a algunas de ellas cuando las saqué de la caja: se pulverizaron.

En un clóset conservamos ropa que ya no nos queda pero que dejamos ahí por si algún día nos vuelve a servir, lo que nunca sucede a menos que nos enfermemos de algo terrible. También podemos encontrar empolvados zapatos cuyo origen es de mucho antes de que la edad nos provocara desparramamiento de pies. En el clóset vamos almacenando sin darnos cuenta toda clase de objetos: fotografías, tarjetas de felicitación, boletos de conciertos de bandas que ya se pelearon y se desintegraron como mis cartas, un mechón de pelo de alguna novia del pasado lejano, que quizá a estas alturas agradecería se lo devolviéramos por la alopecia que la aqueja, un sombrero como de Indiana Jones, unas orejitas de Micky Mouse, una lata de atún del picnic donde me hice hombrecito, en fin, una amplia gama de recuerdos que hemos guardado tan bien que nunca más volveremos a ver. Recuerdos que olvidaremos.

De mi clóset he sacado muchos objetos y hay otros que nunca saldrán. También he sacado algunos animalillos como insectos, lagartijas y un ratón. Lo que sí me dejaría muy impresionado es sacar un día a un individuo de ahí. Últimamente he escuchado mucho eso de que hoy en día cada vez sale más gente del clóset.

@jmportillo

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