“No mires arriba” es nombre de película, y eslogan de campaña de reelección de presidenta de EU (Meryl Streep). Trata de un cometa en rumbo de colisión con la Tierra: la humanidad sentenciada. Una fábula “sobre nuestra incapacidad para escuchar verdades científicas” (Leonardo DiCaprio), por las reticencias de tontos a la ciencia. Aguda crítica a la gestión de gobernantes, periodistas, líderes de opinión, votantes; a sociedades actuales en su conjunto. Un guión escrito al final del mandato de Trump - retiró a EU del Acuerdo de París sobre cambio climático-, y al inicio de la pandemia. Exhibe la estupidez presidencial y de sus familiares –nepotismo- y de multimillonario poderoso –plutócrata-; el abuso a votantes tratados como imbéciles, la división de clases; la polarización en la pandemia, y sus negacionistas. Ante catástrofe, “el gobierno perdió la cabeza. Nos vamos a morir”. Dominados por su ego, a esos líderes les importa más un meme sobre su persona que el fin del mundo. Esta clase de políticos ocupa masa, no pueblo; moldea millones de ignorantes, ciegos ante evidencias científicas (de cambio climático o de Covid), predispuestos a “No mires arriba”.
La película de Netflix desnuda a nuestras sociedades media-centristas, nuestra obsesión de estar mirando celular, computadora, televisión, chips, Facebook, guías tecnológicas, ombligo. Esto moldea a la opinión pública, sesgada por contenidos que, con bombardeo de opiniones de comentaristas, influencers y políticos -sin soporte científico o de noticias descaradamente falsas-, imponen ver. Así logran la desatención a la catástrofe inminente del cometa, o aprobar a impresentable candidato a ministro de la Corte. En el fondo subyacen las capacidades tecnológicas de predecir, por el mundo digital, cómo es el carácter y cómo son esencialmente las líneas motrices de la conducta humana, de hormonas y neuronas. Por el fisgón o Big Brother orwelliano: obtienen por internet nuestros datos –extensión de nuestra personalidad-, elaboran nuestro perfil, nos devuelven publicidad acorde a nuestras pautas de comportamiento obtenidas; y determinan nuestras conductas, harto predecibles. Y narcotizan sociedades. Sabían de estrategias usadas, por ejemplo, para que “persuasibles”, en número suficiente, inclinara la votación que hizo salir a Inglaterra de la Unión Europea (Brexit); o con las que antes ganó Trump; ambas con una premisa base: cualquier cambio profundo en una sociedad debe partir, primero, de dividir a la sociedad por odio, por miedo, o por ambos, y luego, con los pedazos restantes, volverla a modelar.
Facebook, Whatsapp, Twitter, Tik Tok, disputan nuestra atención y almacenan nuestros datos personales en tiempo real: para empresarios (el de la película identifica minerales valiosísimos en el cometa, e impuso no destruirlo) y para políticos, valen harto poder y dinero. Y para algunos ésta es también una zona de destrucción, infundiendo temor u odio, si les conviene. Vivimos la época del poder del robar, de cleptocracias digitales. Estos gigantes digitales tuvieron el sueño de un mundo interconectado pero, sin buscarlo, hoy son “sirvientes del autoritarismo”, de derechas e izquierdas. Se dejan usar para juegos con instintos de odio e ira, y de miedo, hasta ahora impunes. Aparte está el fenómeno de delatar o ser aplaudido en redes sociales, donde el ataque o la represión a los espíritus libres es implacable, con nuevos dictadores “respaldados por el pensamiento infantil de millones de imbéciles”. “Son sociópatas y fascistas por sus desastres provocados”, estalla DiCaprio, quien por fuera sentencia: si no nos ponemos de acuerdo en lo que son hechos comprobados y que son verdad (pandemia, cubre-bocas, vacuna, endemia, etc.), las redes sociales darán la espalda a evidencias, y las opiniones más estúpidas se vuelven noticia creíble.
Los griegos distinguían la episteme (ciencia), de la doxá (opinión). La primera exige método adecuado para lograr certezas. La segunda no. Valoremos la episteme ante la doxá. Salgamos a ver las estrellas, y obtengamos verdades honestas, útiles y deleitables. Y seremos libres.
Juan Miguel Alcántara