Soy ateo. Desde mi punto de vista, la religión le puede dar a un individuo un compás moral, esperanza, tranquilidad y otras cosas más; las religiones organizadas son herramientas paraestatales de control con infinitos conflictos de interés. México es un país profundamente religioso, con una línea trazada en sangre que divide al Estado y las Iglesias; peleamos una guerra civil para separar a nuestro gobierno de las instituciones religiosas. No obstante, la religión sigue influyendo a la normatividad y vida pública mexicana, aunque no tanto como cuando no existe dicha separación en un país.
A pesar de que Vicente Fox usó el estandarte guadalupano en campaña, Enrique Peña Nieto procuró la bendición del Papa para su segundo matrimonio y Andrés Manuel López Obrador ¡Viva Andrés Manuel! ¡Viva! se proteja del coronavirus con una estampilla religiosa, ninguna religión ocupa el foro político nacional como ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos donde el balance político se mantiene conservador por el 30 por ciento del electorado que vota por sus creencias religiosas, muchos de ellos latinos.
Los europeos eran considerablemente más religiosos de lo que somos los mexicanos hasta las guerras mundiales. Todas las religiones humanas se basan en un interés, de su o sus creadores en su creación. El testimonio de un sufrimiento intenso siembra la duda en el creyente y esa semilla es el cáncer de la fe. Ya sean las amenazas crueles de los dioses politeístas de los egipcios, aztecas o romanos, si no recibían ofrendas dignas (que acaban en manos de la oligarquía) o las promesas del paraíso de las religiones judeocristianas y musulmanas a cambio de un comportamiento regimentado (de acuerdo a los oligarcas de la época), el precepto indispensable parte de la creencia que las acciones de los humanos le importan a quien los creó, ésa es la primera piedra de los cimientos de todo templo de cualquier religión.
Si yo creo en esa premisa, dios está consciente de mí, de mis logros y mis sufrimientos. Se genera esta relación individual que genera un cierto excepcionalismo: tú eres distinto a todos los otros miembros de tu especie, tu vida y acciones te separan e identifican de los demás y por eso, lo que te sucede está deslindado de todas las otras personas a tu alrededor. No me malentiendan, nadie es más fiel creyente que cada persona es responsable por su propio bienestar, pero en esa ecuación tenemos que considerar cómo nos afectan las acciones de los demás y cómo les afectan las nuestras. Si tú usas máscara y eventualmente te vacunas, no garantizas que el covid-19 no te va a afectar, necesitas que todos usemos máscara y nos vacunemos. Por lo contrario, si tú no usas máscara y no pretendes vacunarte, no solo estás afectando tu salud, afectas la de todos los demás. Las religiones contemporáneas están, para usar un término de moda, en estado zombie, no durarán otro Notivox y la pandemia que estamos viviendo es una crisis socioeconómica que pone a prueba la ética y moral de la humanidad. Nos exige ponerle un valor económico a la enfermedad, muerte, edad y libertad personal. Pretender que podemos solventar un cierre económico mundial indefinido solo es dañino, pero no haber soportado uno temporal dice mucho. Dice que comunalmente creemos que la muerte la enfrentamos individualmente, que nuestra expectativa para algo después depara en nuestra relación única con nuestro o nuestros creadores o que ya no creemos en que hay algo después, en que la vida tiene consecuencia.