Hace unas semanas vi a dos hombres caminando agarrados de la mano en un lugar público, el mayor me pareció de 50 años y el menor de 20. Sin motivo, la diferencia de edad causó que muchas cabezas voltearan, aunque a unos pasos se soltaron. La pareja claramente eran padre e hijo y su vestimenta sugería que eran turistas de algún país arábigo. La escena me hizo pensar en qué momento nos enseñamos los hombres a restringir nuestras muestras de afecto y cuánto sería diferente si no lo hiciéramos.
Este no es un comentario de sexualidad. Hasta donde alcanzo a ver, todo lo que voy a discutir aplica a todos los que nos identificamos como hombres.
Encontrar la línea entre el machismo y la enajenación de nuestra masculinidad no es cosa fácil hoy en día. Sobre todo porque la línea se está moviendo constantemente e incluso de acuerdo al ángulo puede uno estar de un lado o del otro con exactamente la misma acción. Por ejemplo, no está nada claro hoy en día si ofrecerse a pagar una cuenta a una mujer es caballerosidad o machismo. Me queda claro, depende, pero hay muchos “depende”.
Y para añadir claridad, ésta tampoco es una columna de lo que se debe hacer para gustarle al sexo opuesto. Quiero referirme a lo que hacemos para sentirnos cómodos con nosotros mismos.
Llevamos dos siglos alejándonos de los atributos antiguamente considerados como masculinos. La mano de obra cada vez requiere de menos fuerza, la estética desde arquitectónica hasta fólica es más delicada, lo que comemos se ha vuelto más refinado; bueno hasta en los deportes con sus pocas excepciones, la destreza y agilidad han tomado preferencia sobre potencia y vigor.
Me queda claro que mucho de esto es superficial, pero también tiene bastante de seriedad, como enfrentar la paternidad y situaciones laborales. Las empresas que tratan a las mujeres como objeto tienen los días contados, pero más allá de eso, cómo encontramos un balance con nuestras colegas cuando son mamás, cuando están guapas, cuando no se visten bien, cuando tenemos un desacuerdo que si fuera con un hombre se arreglaría con gritos y tragos. Depende, de nuevo depende.
Creo que a los Papás de hace diez o veinte años les preocupaba cómo iban a tratar a sus hijas en un mundo moderno, a mí me preocupa cómo vamos a educar a nuestros hijos. Perdido en los debates extremistas sobre si les compras una muñeca además del carrito para sensibilizarlos, está enseñarle a encontrar su identidad como hombre en un mundo en el que todo depende de la situación. Obviamente ya no existe aquello de “eso es de niñas”, pero ahora tenemos que decidir qué hay con el “si no te defiendes te van a agarrar de bajada” y explicarles que a las niñas todavía no se les toca ni con el pétalo de una rosa; pero son iguales y las tienes que dejar jugar en el equipo de futbol sin dejarte ganar porque es ofensivo, pero teniendo cuidado con no lastimarlas porque, bueno no podemos decir por qué.
Ahora todo va a ser “depende hijo, depende”.
En verdad creo que los hombres nos hemos beneficiado con el descubrimiento de nuestro lado más sensible y que nos falta terreno por descubrir. No debe causar sorpresa que dos hombres se expresen cariño platónica y sobriamente como ese padre e hijo caminando tomados de la mano. También creo que nos favorece encontrar socias y no adversarias en las mujeres. Al mismo tiempo me pregunto dónde más podemos esconder la testosterona. El diálogo feminista lleva mucho explorando el rol de las mujeres, pero los hombres estamos patinando de un lado a otro sin mucha definición.
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