La NBA, actualmente en el meollo de sus playoffs, tiene un fascinante escenario económico de relaciones laborales, oferta y demanda, teoría de juego y altos capitales. A simple vista, la liga está gozando de un auge; probablemente nunca ha habido tanto talento y fama en la cancha, el interés en la liga se ha convertido en una afición de 12 meses cuando tradicionalmente duraba seis y solo para los más apasionados fanáticos ocho. Las reglas y el estilo de juego se han adaptado para elevar los marcadores y generar más emoción en el deporte, los contratos de derechos de transmisión siguen pagando más y los dueños de los equipos están contentos con las valuaciones de sus equipos que no dejan de escalar.
Sin embargo, debajo de la superficie, se avecinan problemas; el fanatismo se ha transferido de los equipos a jugadores individuales, las nuevas reglas han diluido la franqueza e intensidad del juego. Se avecina el retiro de Lebron James, el jugador más popular desde Michael Jordan, y ha entrado un miedo que los televidentes están abandonando a los juegos a favor de la periferia de la liga, los rumores de cambios, los patrocinios y los resúmenes.
Examinemos la situación desde el punto de vista de cada uno de los actores. Los dueños están felices porque en los últimos años el valor de sus franquicias se ha multiplicado. Solo hay 30 equipos en la NBA y tener una franquicia de deportes profesional es el trofeo más cotizado entre los mil millonarios. No se trata de cuánto dinero generan los equipos, simplemente hay 30 propietarios que tienen algo irrepetible y cada vez hay más mil millonarios que quieren y pueden comprar un equipo. Aún mejor, tienen el símbolo de estatus más prominente que hay, se ha convertido en algo que el dinero no puede comprar… A menos que le pongas un cero de más al cheque.
Los jugadores han descubierto el poder que tienen. La realidad es que la liga la hacen las estrellas, todo el interés está en los mejores jugadores y no en los equipos. A través de negociaciones sindicales y tomar el control de los canales de comunicación, los jugadores ahora tienen todo el poder. Si una estrella quiere cambiarse de equipo, lo hace, aunque esté a mitad de su contrato, si un jugador quiere parar dos semanas por razones personales, lo hace. No están del todo contentos porque a pesar del gran cambio de control que han logrado, saben y están en lo correcto, que pueden conseguir más.
Los fanáticos somos unos glotones. Quisimos más y más y más. Más puntos en los partidos, más chismes de jugadores, más uniformes, tenis y ropa nueva. Ahora tenemos una liga en la que el juego es menos importante que lo que sucede alrededor y no estamos contentos. Los jugadores tienen más poder que nosotros y empieza a molestarnos. Seguramente es factible retomar el rumbo con nuestro poder adquisitivo e interés, pero no está claro si nuestra adicción a estar entretenidos nos lo permitirá.
Por último, está el comisionado, Adam Silver, el guardián de la liga. Contratado por los dueños para gobernarlos. Silver es admirado por su progreso ayudando causas sociales y su administración en la pandemia, pero también reconoce públicamente que debajo de este mar en calma hay corrientes que amenazan a la liga y su legado será navegarlas. _
Juan María Naveja