Mañana se acaba la pachanga oficialmente, digo oficialmente porque algunos entran tan encarrerados en el 2023 que les costará algo de trabajo descender del tren de la fiesta pese a su enorme voluntad, y es muy probable que se sigan divirtiendo hasta bien entrado el mes de febrero y, si bien les va, lograrán volver a la cruda realidad sin atenuantes y sin filtros ya en las postrimerías del buen San Valentín, santo patrono de globeros, chocolateros y poetas cursis. Incluso algunos buenos patriotas se seguirán de filo hasta el día de la Candelaria y aún tendrán ánimos para ponerle la ropita al niño y bailar el afamado pasito perrón. Un monumento para ellos.
Pero oficialmente el día de mañana, aquellos que aún tenemos algunos compromisos con la realidad debemos reintegrarnos a ella sin hacerla más de tos. Es en estos momentos en los que me llega la dura convicción de lo duro que es a veces el oficio de mexicano. Qué difícil despertar de nuevo en este hervidero de contrastes, en este carnaval de simuladores y plagiarios. Si nuestros congresistas realmente fueran personas sensatas y amaran a aquellos que dicen representar, elaborarían una ley que nos permitiera volver gradualmente a nuestras obligaciones. Por ejemplo, podrían decretar que regresara al jale sólo a una parte de la población, no los más aptos sino los más valientes. Pero ese retorno sería también gradual, es decir, volverían por unos tres o cuatro días de la primera semana y luego gozarían de un puente que les otorgara unos 4 días para reponerse del insigne maratón, mejor conocido como Lupe-Reyes. Luego, la siguiente semana, regresaría la otra parte de la raza que también gozaría de su mini-puente para reponerse del duro golpe que encarna este crudo despertar al que he aludido. Sin embargo, los congresistas ni son sensatos, ni se preocupan por su pueblo y, por lo pronto, este genial “proyecto de despresurización post decembrina” (así lo he bautizado) seguirá habitando el territorio de la Utopía .
Juan Casas Ávila
@contraperiplos
