Si usted escucha que una oradora de filiación priista conmina a su auditorio, también ellos priistas, a que hagan lo que mejor saben hacer, ¿en qué piensa usted, apreciable lector? Pero si además les aclara que sea lo que sea, bueno o malo, tienen carta blanca para operar en la realidad. Sólo faltó que les dijera “todo se vale y hasta donde tope”. “Si se rompe (la democracia) yo la pago”.
Pero a mí sí me queda la duda insondable. ¿Qué será eso que los priistas saben hacer mejor? Eran, son, buenos para simular, para disfrazar la realidad, para decir que harán una cosa y terminar haciendo otra. Son muy buenos también para eso del autoritarismo, para silenciar, por el medio que sea, a aquel que piensa distinto. Están bien dotados también para ejercer la corrupción en todas sus variantes, para ello crearon prácticamente un idioma y en ese dialecto resucitado para la ocasión, la candidata entregó la arenga que aquí aludo.
Vayamos al germen del asunto, la oradora en cuestión habla en el contexto de la inminente elección para la gubernatura del Estado de México. Por lo que la alocución no tiene otro propósito que persuadir a los pequeños dinosaurios de la comarca a que hagan gala de sus artes electoreras. Operadores electorales es el eufemismo que se utiliza para referirse a los mapaches: a los delincuentes electorales.
Sería interesante saber lo que piensan panistas y perredistas, los amigos de ocasión de esta ruina llamada PRI. Algunos de esos amigos de ahora, no hace mucho, fueron víctimas de las tropelías de estos eufemísticamente llamados operadores. Pero tal parece que lo han olvidado. Sin ir demasiado lejos, cuando la ahora senadora Xóchitl Gálvez candidata del PAN a la gubernatura de nuestro estado, hace más de una década, literalmente fue atropellada de la manera más grosera, haciendo gala de todas esas artes encomiadas en la perorata de la señora Alejandra del Moral, así se llama la conspicua oradora. En aquella elección, la cereza del pastel fue el asalto a la casa de campaña de la candidata del PAN, a quien ya se le olvidó el terrible percance; por suerte, a los ciudadanos no se nos ha olvidado.
Es probable que doña Xóchitl, y los otros panistas, ahora echen mano de un maquiavelismo ramplón y sólo levanten los hombros y sonrían condescendientes, como quien mira alguna travesura de un hijo descarriado. Pero la conclusión que se puede obtener de este episodio es realmente truculenta y desoladora, porque si algo podemos sacar en claro de este incidente es que a nuestra clase política la democracia le importa un carajo, lo que le interesa por encima de todas las cosas es llegar al poder y, una vez ahí, saborear sus mieles. Eso es lo que mejor saben hacer, todos, sin excepción, para bien o para mal.