Cultura

La lectura en el Bajío

Una de las primeras funciones que reconoce un promotor de lectura —por aquello del criterio “leer-difundir-escribir”— es la identificación de los tres tiempos que congrega el Fomento a la lectura. A saber: Narrar de manera oral, contar cuentos y leer en voz alta. Esto último, por cierto, pervive porque la literatura es la forma más perfecta de la palabra, según Han Yu [768-824] vertido por Octavio Paz a nuestra lengua.

Los dos primeros lapsos son los más difundidos por estas tierras del Bajío. Se privilegian por su buen margen para formar a los promotores interesados, que un día aprendieron a leer y escribir en la escuela, que leen con poca profundidad en la vida. Son como dragones del aire y del agua, es decir, vuelan suntuosos por las corrientes de chorro, pero no forman nubes ni provocan lluvia. Son vistosos y resuenan en el mundo que los rodea: le cantan a la tierra y ésta brilla oronda.

En cambio, los lectores en voz alta van junto a los poemas de los grandes muertos. Evocan el renombre de los que tienen talento. Su claridad es suntuosa y conduce, no al elogio desfondado sino al amor para ser nombrado. También evitan los ventarrones terrestres. No piden que piensen en ellos sino en la nube brillante sobre el agua luminosa. Es verdad que la lectura en voz alta es un instante, pero si se practica a diario no se desvanecerá porque tiene su recompensa en la acumulación del conocer que aspira a la sabiduría según el rostro de la inmortalidad.

Lo anterior no es una abrupta plegaria menos un alma vagabunda que anda en busca de las seis direcciones que tiene el hombre y que muy bien propuso el citado poeta Octavio Paz en su “Adivinanza en forma de octágono” o bien en “Encuentro” donde al “momento de abrir la puerta, me vi salir. Intrigado, decidí seguirme”. El seguimiento entonces se da, más bien, se conversa en voz baja para luego verterlo a voz en cuello.

En el Bajío tenemos derecho a leer, que significa también derecho a desarrollar cada uno sus propias capacidades intelectuales y espirituales en general, derecho a aprender y a hacer progresos (Richard Bamberger, La promoción de la lectura, Madrid, Unesco, 1978, p.12). La lectura en voz alta es propia (aludamos a Daniel Pennac) de los seres vivientes. Sabemos que se aprende a leer en la escuela, pero amar a la lectura se aprende con la práctica cotidiana.

Las bibliotecas públicas o una agencia de lectura o mejor aún, el salón de clase son la mejor alternativa. De allí que deba haber una “conciliación entre vida y escuela” en los tiempos del Nuevo Modelo Educativo. Solo así podemos crear centros para estimular el aprendizaje, desde y hacia la lectura de buenos libros.

Juan Carlos Porras

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Juan Carlos Porras
  • Juan Carlos Porras
  • Editor fundador de Grupo Ochocientos y actual director del Centro de Investigación y Estudios Literarios de León (CIEL-LEÓN).
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