Renato Leduc escribió sobre León en 1915, a propósito del Bajío como enclave capital de la Revolución mexicana lo que sigue: “Atravesamos una tierra de nadie sembrada de cadáveres. Fierro los había lanzado en una loca carga de caballería, pistola en mano, contra las loberas de los yaquis de la loma de la Loza. En ese duelo de revólveres 44 contra ametralladoras perdieron los Dorados, cuyos cuerpos por docenas se pudrían al sol cuando yo pasé por ahí con mi heliógrafo a lomos de soldado”.
El buen Leduc intentó hacer crónica −llamémosle épica desde la batalla de Celaya a través de la poesía− con unos versitos que consignó bajo el título Décadas de la guerra civil mexicana que luego recordaba avergonzado por el horror, no de la guerra ni de los cadáveres sino de los versitos: “Los anchos surcos abiertos/ sobre la ubérrima tierra/ sembrados estás de muertos/ semilla de cruenta guerra”.
Pues bien, un siglo más tarde otro escritor, Herminio Martínez (1949-2014), cronista de Celaya, decidió narrar la vida y obra del último villista Luis del Castillo Negrete otrora “Luis Felipe Carlos Alejandro del Castillo Negrete y Von Bhen como se llamaba completo aquel revolucionario de leyenda, quien, además de buen soldado y patriota, llegó a ser todo un literato, de acuerdo a lo que, a finales de 1917, Marcelino Garay (y quien relata la historia en la novela) descubrimos entre tantos papeles revueltos con poesías, recetas de cocina, lecciones de gramática y libros de notas que, después de su muerte, encontramos regados por aquí y por allá en las habitaciones de la hacienda que, en aquel cerro de La Gavia, del estado de Guanajuato, le sirvió de fortaleza”.
La obra de Herminio nos conduce a reconocer la soledad y la entrega de un personaje que fue, entre los mezquites del camino, llevado luego a los corridos para recordarlo: “Mataron al buen amigo/ que fue poeta y soldado./ Es muy cierto lo que digo,/ por eso voy a nombrarlo./”.
A nombrar se dedica el cronista quien integra en su ejercicio ciertos númenes de erudición histórica pero también acude a recuperar, propiamente hablando, el habla de los nuestros en este Bajío por medio del recurso literario de la narrativa.
Incursionan en los pormenores de la memoria y con ello vinculan la historicidad del hecho y sucedido de aquí, allá y acullá. Nuestros cronistas influyen para con los ciudadanos en la posibilidad de la educación y de manera determinante en la cultura por aquello de dar sabiduría al rostro ajeno (Miguel León-Portilla dixit).
Juancarlos Porras