El progreso de toda nación va liderado siempre por un gobierno que conduce con firmeza, pero sin rudeza, que aglutina a lo mejor de los suyos en busca de potenciar posibilidades y minimizar desventajas.
El gobernante que tenga esa altura de miras y ese amor por su patria, se convierte en un auténtico jefe de estado que será capaz de sumar en vez de restar y multiplicar en lugar de dividir. Es así de sencilla la aritmética, pero es enormemente compleja cuando en ella se meten otros factores que nublan esa visión y se pone en la cancha de juego existen intereses que no abonan al resultado del partido porque no se juega como equipo y en donde el capitán en vez de aglutinar voluntades y capacidades se dedica a denostar a quienes erróneamente considera como adversarios sin darse cuenta que llevamos la misma camiseta.
Esta patria está conformada por más de 120 millones de jugadores con sus credos, ideologías y aspiraciones que difieren por naturaleza, diferencias el líder entiende y comprende para actuar en consonancia en la búsqueda del bien común para sus gobernados.
¿Hay diferendos? Claro que los hay y es bueno que los haya, y quien gobierna debe hacerlo con el tacto y la inteligencia de un auténtico líder y jefe de estado para sumar virtudes y generar caminos hacia un desarrollo deseable, pero sostenible.
Gobernar a esta nación es un reto ante los propios y los ajenos porque aún los ajenos son nuestros, porque a todos nos une un factor en común, nuestra mexicanidad. Esta no es la patria de liberales ni de conservadores, ni de pobres ni de los ricos, ni de hombres ni de mujeres, esta patria es el hogar de todos más allá del color y de las ambiciones de quienes nos gobiernen. “No importa de qué color sea el gato, el chiste es que cace los ratones” .
