Las grandes ciudades, las medianas, los pueblos y las más remotas comunidades del país que conforman una gran parte del territorio nacional están convertidos, como en el título del libro del gran Juan Rulfo, en un llano en llamas. Esta patria ya no nos pertenece a los mexicanos sino a una minoría, que a grandes pasos ha tomado por asalto la paz y la tranquilidad de aquel otrora risueño y agradable país en el que éramos libres de pasear por sus rincones, calles y plazas.
Hoy parece que nos gobierna un poder paralelo que los ciudadanos no elegimos en las urnas y que ha renunciado a hacerse cargo de nuestra seguridad y ha dejado de lado a la verdadera seguridad nacional para dejarnos a merced del crimen organizado que ha copado cada espacio cedido.
México arde prácticamente en cualquier zona geográfica mientras las fuerzas de seguridad, particularmente las del ramo militar, se ocupan de invadir actividades civiles administrando puertos, aduanas, aeropuertos y construyendo obras de infraestructura cuya gran mayoría están clasificadas como de seguridad nacional para evitar la rendición de cuentas, sacrificando la necesaria, debida y obligada transparencia.
Nos hemos ocupado de repartir abrazos mientras las hordas criminales avanzan por doquier sin ninguna contención. El crimen que sí está organizado en contra de los ciudadanos y de un gobierno que debería velar por nuestra seguridad y que está totalmente desorganizado para defendernos.
El tema se minimiza y se anuncian reuniones con el gabinete de seguridad los sábados, como si con ellas se resolviera el problema cuando lo que no hay es una estrategia ni voluntad política de atajar a este flagelo. Se peca de pensamiento, palabra y obra pero, sobre todo, de OMISIÓN. _
