Sueño. Padres y Gigantes apalearon el estadio de Diablos Rojos demostrando ambas franquicias que entienden a la perfección el negocio de las Grandes Ligas en México: once cuadrangulares entre los dos equipos convirtieron el partido en un espectáculo; oficialmente, el juego fue un show. A los más de dos mil metros de altura de la capital, la pelota voló como en ningún parque de los Estados Unidos, eso y un estadio de muro corto permitieron que la gente disfrutara del bateo sin que el nivel del partido haya sido bueno. El anhelado pero inconcluso sueño de que una franquicia estadunidense se aloje en territorio mexicano, ya no suena tan descabellado.
Barrio. El circuito callejero de Bakú, uno de los trazados más complicados de la Fórmula 1, no había sido dominado por ningún piloto desde su inauguración en 2017, hasta que llegó Sergio Pérez y volvió a ganar allí. Con dos títulos, el primero en 2021 y el segundo ayer, Pérez vuelve a demostrar que su maestría al volante es legendaria. Hay quien sigue pensando en Verstappen como el piloto número uno de la escudería y quizá, el mejor piloto del serial; yo me niego a creer que a un piloto como Checo, con esa destreza para manejar en los complicados barrios de la F1, no se le coloque en el lugar que merece: estamos frente a uno de los mejores corredores callejeros en la historia del automovilismo mundial.
Rey. Con 16 años, el pequeño Ding se convierte en el mejor ajedrecista de un país con 1,400 millones de habitantes, había jugado ajedrez toda su vida y tardaría casi una vida más, 14 años, para convertirse en campeón del mundo, primer chino de la historia en lograrlo. Ding Liren acabó en Astana, Kazajistán, con la era de Magnus Carlsen, un noruego que pasó un tercio de su vida, 10 años, como campeón mundial. Carlsen, que renunció a defender el título, dejó el tablero de los próximos años sobre la mesa para la dinastía Ding.