Humilde por su hechura, costura y soldadura, la camiseta de Maradona llegó al aristocrático barrio de Mayfair escoltada por guardias de seguridad, en una camioneta blindada y dentro de una caja de combinación secreta.
Investigado, observado y comparado, el humilde pedazo de tela fue objeto de un minucioso peritaje: se trataba de averiguar si en aquella prenda seguía cosida al alma de un jugador inmortal. Ninguno de los expertos se atrevió a confirmar lo que para cualquier aficionado parecía evidente: en esos tejidos existía una fuerte presencia espiritual.
Sin sentimentalismos y apegados al método, los científicos concluyeron: esta camiseta es la misma que llevaba puesta entre las 13:00 y 13:45 horas del domingo 22 de junio de 1986, en el estadio Azteca de la Ciudad de México, cuando hizo un gol con la mano, a la que llamaron de Dios; y otro al que consideraron el mejor en la historia de los Mundiales.
Realizada la inspección, fue tasada, etiquetada y subastada: el manto que cubrió a Maradona tenía un precio. Vendida en 9.3 millones de dólares, su comprador, anónimo, tendrá noches suficientes para examinar si el material del que está hecha encierra algún misterio.
Convertida en la pieza de memorabilia deportiva más cara de todos los tiempos, la millonaria transacción en Sotheby’s explica, como pocas anécdotas de su vida, la nobleza, naturalidad e inocencia que rodeaban a Maradona.
Al finalizar uno de los partidos más emblemáticos que el futbol recuerde, desconociendo el giro que había dado al juego y sin imaginar las consecuencias de sus actos, el número diez de Argentina entregó una parte de su vida: cuando Steve Hodge le pidió en el túnel del Azteca intercambiar sus camisetas, Maradona sabía lo que recibía, pero no lo que regalaba.
Treinta y seis años después, sabemos que Maradona hizo millonario a un compañero de profesión desprendiéndose de un pedazo de su alma.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo