Los playoffs de las Grandes Ligas nos demuestran cada temporada que cuando un juego forma parte de la herencia de una familia y la cultura de un país, no hay modernismo que valga.
El beisbol, uno de los espectáculos más cuestionados por su duración, ritmo y acción, propios de otra época, ofrece una serie de tradiciones que continúan resistiendo el paso del tiempo; aunque para los modernistas, es un pasatiempo condenado a la extinción.
Existe una inexplicable urgencia por modernizar todo lo que rodea al mundo del deporte: los estadios se han vuelto naves espaciales, los balones objetos no identificados, los uniformes fundas aerodinámicas, las botas zapatillas ajustables, las Ligas señales digitales, los aficionados bases de datos, los árbitros sistemas conectados, las transmisiones espectáculos virtuales, la información inmediata, la emoción a la carta, los comentaristas profesionales desechables, los programas franquicias de manuales, los equipos plataformas comerciales y los jugadores canales de comunicación.
Parece que el viejo deporte que olía a madera, cuero, tierra mojada y papel periódico dejó de vender. Hay quien insiste que las nuevas generaciones van perdiendo el interés en los deportes tradicionales culpando a sus aburridos reglamentos, sus pesadas estructuras y su escasa evolución. Si esto de verdad está sucediendo, ¿por qué todos los años continúan debutando futbolistas, surgiendo peloteros, descubriéndose basquetbolistas, naciendo tenistas o reclutándose jugadores de futbol americano?
La teoría del envejecimiento del deporte tampoco se sostiene cuando analizamos las jóvenes audiencias que alcanzan las competencias colegiales en estadios repletos de estudiantes. Si los conspiracionistas que intentan demostrar la caducidad y posterior desaparición del viejo deporte tuvieran razón, a este paso tendremos más deportistas que aficionados: larga vida al beisbol.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
