El tiempo contará el daño que franquicias como el PSG han hecho al futbol confundiendo dinero con riqueza: el equipo más adinerado del mundo, no el más rico, castigó a Messi por pensar, precisamente, en dinero.
Multado y separado, Messi vive sus últimos días como jugador del PSG, equipo al que se fue por una oferta irrepetible en Europa para un jugador de su edad. Ganando todo lo que está escrito, incluyendo el insípido campeonato francés, lo único que le queda por ganar en la parte final de su carrera es más dinero. Así lo siente y está en todo su derecho. Jugando en Arabia o Estados Unidos ganará más o menos dinero, pero su trayectoria deportiva se mantendrá intacta: ahí quedarán los números, campeonatos y momentos mágicos de Messi como uno de los grandes recuerdos del futbol.
Tengo dudas que al PSG lo recordemos por algo más que no sea dinero. Pensar que el prestigio, los títulos y el abolengo pueden comprarse a billetazos, convierte el deporte en un capricho, un pasatiempo, una excentricidad, un fondo de inversión, un pozo sin fondo o un fondo perdido.
No es lo mismo tener mucho dinero que ser muy rico. La riqueza en el deporte es consecuencia del tiempo: son años de constancia, estilo, trabajo, triunfos, derrotas y competitividad que a la larga construyen una historia que vale mucho dinero. Por eso equipos como Real Madrid, Bayern, Liverpool, Juventus o United, siempre serán más ricos que el PSG.
El problema de rodear a una actividad tan cercana y fraternal como el deporte de oro, diamantes y petróleo, es la pérdida de la identidad. ¿Cuántos aficionados en el mundo seguirán identificándose en un futuro con franquicias millonarias? Cuántos, en cambio, seguirán identificándose con equipos capaces de gastar mucho porque ganan mucho, o de gastar solo en función de lo que ingresan, apegándose a la realidad.
Clubes como el Madrid son reales, equipos como el PSG, irreales.