No hay campeones sin brillo, cualquier equipo capaz de levantar un título es porque en su juego o en su organización hay factores que lo señalan como el mejor por encima del resto.
A veces, esas virtudes son notorias a lo largo de un torneo, y en ocasiones, aparecen en el momento decisivo. Jugarse un campeonato entero en un formato de eliminatoria o playoff, como sucede en México, favorece a quienes deciden apostarlo todo en los últimos partidos, y se convierte en un reto para aquellos que, a lo largo de una temporada, defendieron por encima de todo un estilo de juego.
Sin menospreciar a ninguno de sus rivales, títulos como el del Club León tienen un valor mucho mayor. Porque se trata de ganar, pero también, de dejar un sello que viaje a través del tiempo.
Jesús Martínez Murguía en la presidencia, Ignacio Ambriz en el banquillo, Rodrigo Fernández en la dirección deportiva y Luis Montes e Ignacio González como capitanes de un grupo de jugadores único, consiguieron algo que no sucede todos los años, en ocasiones pasan décadas para que observemos algo así. Definir un estilo, seguir al pie de la letra una filosofía, defender una forma de hacer las cosas y repetirlo con perseverancia y talento, en cada jornada y entrenamiento, durante los últimos dos años, arroja un acta de fe, que hoy llamamos título.
El trofeo Guardianes 2020 no solo reconoce al León como campeón, le ofrece una patente que certifica una manera de ganar. Ahí está su gran valor. Registrar en la historia un estilo de juego, definido a partir de un manual de identidad que el tiempo, la experiencia y el carácter de una institución eligió en conjunto con su afición, evita que los trofeos se oxiden con el paso de los años.
Hay muchas formas de acceder a un triunfo: la suerte, la fortuna, la garra y el estado anímico o físico, son algunas de ellas; pero hay otras, como las del León, que dejan huella.
