Desencanto. Me decía el buen Martín Luna, que Dios lo tenga en su Santa Gloria, cada vez que jugaba la Selección: mi Jose, si pasas por la taquería que está subiendo Avenida San Jerónimo, casi esquina con Cruz Verde y está encendida la televisión, siempre fíjate en qué canal; esa taquería marca el rating. Ayer pasé por “El Taquito” y no estaban viendo el futbol. Martín fue durante muchos años Director de Producción de Tv Azteca y sus ideas tenían una lógica sencilla, a veces nos pedía cambiar los niveles del control maestro para que la señal del partido en el 7 o el 13, estuviera más caliente, más prendida, más encendida vaya. No sé si aquellas técnicas funcionaban, pero a veces coincidían con los números. De acuerdo a las teorías de Martín, hoy la Selección no jala. Va a costar mucho trabajo que el público recupere la ilusión, la herida del Mundial sigue muy fresca. Es verdad que hay que darle tiempo a Cocca, pero también hay que darle tiempo a la afición para que recupere el aliento.
Encanto. Al otro lado del corazón está la selección argentina que vive un romance con su gente. Recibida por el Monumental volteado de cabeza, el viejo estadio, afónico, dio un baño de pueblo a su equipo que estrenó la estrella de campeón mundial con un golazo de Messi; el número 800 como jugador profesional, a saber, cuántos habrá hecho siendo un crío. El número parece otro broche de oro en una carrera a la que le quedan pocas cosas por ganar, por cerrar y por lucir. Argentina tampoco juega bien, aburre a un olmo, pero a quién le importa cuando en la cancha hay un equipo que conecta con su país de esta manera. ¿Cuánto tardará el público argentino en desencantarse? En su caso es una cuestión de ganar o perder, algo que solo podremos saber cuando encabece la defensa del próximo Mundial. Hasta entonces, Argentina puede seguir aburriendo durante las fechas FIFA, las eliminatorias o sus amistosos.