Eligió una ruta desconocida, colocó alfileres en el mapa, unió las etapas con un hilo color blanco, encerró en un círculo el destino final, compró los billetes de avión, ubicó los tramos de ferrocarril, las paradas de autobús, las partidas de los botes, los caminos de bicicleta y los senderos a pie.
Planeó el viaje con la paciencia de un arqueólogo, la visión de un explorador y la ilusión de un huraño: escapar del mundo sin salir de él. Atravesó el océano, cruzó montañas, navegó el río, recorrió la cordillera, bajó al valle, penetró en la selva, subió por una colina y trepó a la copa de un árbol. En medio de aquel paraje, escuchó el canto de mil aves, la voz del aire, la risa del agua, el rumor de las hojas y el andar de unos pasos acercándose al lugar.
Cuando bajó por las ramas, se topó con el perfil de un joven que lo miraba con curiosidad. Se saludaron con respeto, señalaron la aldea, caminaron en dirección correcta y al llegar a ella, les recibió un hombre alegre que llevaba puesta una antigua camiseta del Real Madrid. En aquel momento comprobó dos cosas que se había negado a aceptar: el futbol es omnipresente y el Madrid universal.
En los próximos días, quedará resuelto el caso de un futbolista que en los últimos meses ha sido demencial. Del fichaje de Mbappé por el Real Madrid se habló hasta el aburrimiento, pero poco se ha discutido a quién beneficia más. Jugar para un equipo capaz de llegar a todos los rincones del planeta, es algo que no se puede pagar.
Con el Madrid, cualquier figura, marca, nombre, mensaje o imagen se debe multiplicar por un factor que cuenta los números en millones, los minutos en años, las historias en leyendas y los recuerdos en personas. Un futbolista con el atractivo de Mbappé, encontrará una fuerza expansiva que solo un puñado de equipos en el mundo del deporte pueden ofrecer. En cuanto le pongan esa camiseta, llegará al más allá.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo